«Después, los que hayamos quedado vivos seremos llevados, juntamente con ellos, en las nubes, para encontrarnos con el Señor en el aire; y así estaremos con el Señor para siempre». 1 Tesalonicenses 4: 17, DHH
LA SEGUNDA VENIDA de Jesús constituye el momento culminante en la vida de los redimidos. La salvación esperada por tantas generaciones de hijos de Dios se hará realidad, y será un momento histórico y único donde los seres celestiales se unirán en solemne adoración a Cristo por haber dado su vida por la humanidad. Será el clímax de nuestra redención.
La venida de Jesús ocurrirá en un abrir y cerrar de ojos al sonar la trompeta final, pero el ascenso del pueblo de Dios será más lento. Elena G. de White, en su primera visión, contempló que: «Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano» (Primeros escritos, p. 40).
La autora describe que, al llegar al mar de vidrio, Jesús los condujo a la puerta de la ciudad. Los ángeles traían de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ella, y Jesús mismo las colocaba. Después, les entregó arpas en sus manos y, al llegar a la puerta, levantó su brazo y abrió la puerta para darles la bienvenida, invitándolos a entrar. Luego, los condujo al árbol de la vida y les dijo: «»Las hojas de este árbol son para la sanidad de las naciones. Comed todos de ellas». El árbol de vida daba hermosísimos frutos, de los que los santos podían comer libremente» (Primeros escritos, p. 51).
Al narrar la visión, Elena G. de White expresó que las palabras se quedaban cortas para describir el cielo. La gloria venidera no se puede comparar con ninguna gloria terrenal, y no hemos hecho nada para obtenerla; solo la adquirimos cuando aceptamos a Cristo y dejamos que transforme todo nuestro ser. Cuando está en nosotros y nosotros en él, tenemos la garantía de la vida eterna, y esta herencia celestial es para usted y para mí.
Anhelo disfrutar de esa Tierra Nueva, tan diferente a nuestra experiencia actual. Hagamos de Cristo lo primero y más importante de nuestra vida, para disfrutar con él cuando regrese a buscarnos.