«Así queyo recomiendo la alegría, porque no hay más felicidad para el ser humano bajo el sol que comer, beber, disfrutar, pues eso le acompañará en susfatigas durante los días que Dios le conceda vivir bajo el sol». Eclesiastés 8:15, LPH
HAY QUIENES MANTIENEN una fría reserva, un aire de superioridad, que repele a los que se encuentran a su alrededor. Este espíritu es contagioso; crea una atmósfera que marchita los buenos impulsos y las buenas resoluciones; ahoga la corriente natural de la compasión humana, la cordialidad y el amor, y bajo su influencia la gente se siente reprimida, y su sociabilidad y su solidaridad se atrofian al no ejercitarlas. […] Tenemos un deber que cumplir, que consiste en transformarnos en personas alegres, y cultivar el sentido de la abnegación, hasta que nuestro mayor placer consista en hacer felices a todos los que nos rodean. Es preciso que ablandemos nuestro corazón y seamos imbuidos con el espíritu de Cristo, para que así, viviendo en una atmósfera de alegría y generosidad, podamos ayudar a que quienes nos rodean se sientan también alegres y sean felices. No vayamos a pensar que la alegría está reñida con la religión de Cristo. Eso es un error. Podemos mantener verdadera dignidad cristiana y al mismo tiempo ser alegres y afables en nuestro comportamiento. La alegría sin liviandad es una de las gracias cristianas. — Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 65-67, adaptado. «Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntadpara ustedes en Cristo Jesús». 1 Tesalonicenses 5: 16-18, NVI