«El ángel del Señor protege y’ salva a los que honran al Señor». Salmo 34: 7
AMIGO LECTOR, he experimentado esta promesa del Señor en mi vida mu, chas veces. Permíteme compartir contigo uno de esos momentos en los cuales Dios ha velado por mí de una manera milagrosa para protegerme.
Era junio de 2003, acababan de nombrarme director de Jóvenes de la Unión y debía preparar un Congreso de Guías Mayores para el año siguiente. Durante Ips preparativos, elaboré una lista de patrocinadores con los cuales debía ponerme en contacto. Uno de ellos era un comerciante que desarrollaba su actividad en el centro de la ciudad así que concertamos una cita para vernos. Acudí hasta su oficina para encontrarme con él, pero estaba ubicada en un lugar peligroso, cerca de una zona anárquica; nadie se atrevía a andar por allí a menos que fuera casi una obligación debido a la inseguridad que predominaba en aquella zona.
Desde las instalaciones de esta persona, escuché un tiroteo terrible, y luego ráfagas de tiros sin poder identificar su dirección, pero debía volver a la oficina para seguir con las obligaciones del día. Oré a Dios, pidiéndole que me acompañara y me dirigiera hasta el trabajo, y entonces seguí la que creía que era la ruta más corta, por la calle Delmas 2, para llegar hasta allí.
Al pasar por esta calle, me di cuenta de que estaba solo y que las puertas de todas las casas estaban cerradas. Algunos miraban desde los patios lo que sucedía en el exterior. Entonces me di cuenta de que estaba en el ojo del huracán y que los tiros que había escuchado procedían justo de esa zona.
Finalmente, una vez salí de allí, me encontré con automovilistas que no se atre vían a entrar por allí y me preguntaban si ya podían circular por la zona puesto que me habían visto salir de ella sano y salvo.
Si Dios no hubiera estado presente, no sé lo que habría sucedido aquel día. Sí, el Señor vive y aún mantiene sus promesas. Cuando estamos en peligro, envía a sus ángeles para protegernos y vela por nosotros en todo momento.