«Y Jesús le dijo: «Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y de toda tu mente. Este es el Primero y el Grande Mandamiento. Y el Segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»». Mateo 22: 37-39, JBS
EL QUE REALMENTE ama a Dios, procurará poner su vida en conformidad con la
voluntad divina, tal como se expresa en los Diez Mandamientos. Jesús dijo que los dos grandes mandamientos, citados en Mateo 22: 37-39, son semejantes, porque los une el amor. Esto quiere decir que el amor ha de mover todas nuestras acciones en la vida. Sin amor, todo lo que hagamos es inútil y sin valor.
«Cuando el amor llena el corazón, fluye hacia los demás, no por los favores recibidos de ellos, sino porque el amor es el principio de la acción. El amor cambia el carácter, domina los impulsos, vence la enemistad y ennoblece los afectos. Tal amor es tan ancho como el universo y está en armonía con el amor de los ángeles que obran. Cuando se lo alberga en el corazón, este amor endulza la vida entera y vierte sus bendiciones en derredor. Esto, y únicamente esto, puede convertirnos en la sal de la tierra» (Elena G. de White, El discurso maestro de Jesucristo, p. 35).
El móvil supremo es el amor de Jesús en nuestro corazón. Pablo se llama a sí mismo con frecuencia siervo, pero su servicio era voluntario y fruto del amor. El amor a Dios halla su más sublime y mejor expresión en el amor y el servicio al prójimo. El amor mutuo es una prueba para el mundo de la autenticidad de la religión cristiana (ver Juan 13: 34, 35).
El amor es la base del servicio. Si das y ayudas sin expresar el amor de Cristo Jesús, lo que hagas no tiene valor, ni es aceptado por Dios. En I Corintios 13: 3, Pablo dice: «Si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve».
Permitamos hoy que el amor a Dios y al prójimo sea lo que impulse todas nuestras acciones.