«La ley apareció para que el pecado se hiciera fuerte; pero si bien el pecado se hizo fuerte, el amor de Dios lo superó». Romanos 5: 20, TLA
TODOS los que lo quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1: 12). En este versículo Juan declara que comenzamos a percibir la gracia salvadora cuando aceptamos a Cristo en nuestra vida y lo recibimos en nuestro corazón.
Elena G. de White nos dice que el ejercicio de la fe y la recepción de la gracia están vinculados: «Si son fieles a su voto, serán provistos de gracia y poder que los habilitará para cumplir con toda justicia. «A todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios»» (El evangelismo, p. 226). Y es que la gracia de Cristo es como un manantial en el desierto, cuyas aguas brotan para refrescar a todos.
Tolstói describió de esta manera cómo percibió él la gracia salvadora: «Hace cinco años, la gracia y la fe de Cristo me encontraron; yo creí en la gracia de Cristo Jesús, y toda mi vida cambió repentinamente. Dejé de desear lo que antes anhelaba y, por otro lado, comencé a querer lo que nunca había deseado. Lo que anteriormente me había parecido bueno, apareció ahora como malo, y lo que solía ver como malo, ahora me parecía bueno». Cuando aceptamos la gracia de Cristo, nuestra vida cambia completamente: el orgullo se convierte en humildad, el odio en amor y el egoísmo en generosidad.
Pero, ¿podemos dejar de recibir la gracia? Si la recibimos al creer en Cristo y aceptarlo como Salvador, podemos perder sus beneficios cuando nos alejamos de él, y se convierte en un camino sin retorno cuando fallecemos. Mateo nos presenta el caso de Judas, que rechazó a Cristo tras acompañarlo fielmente. Dejó de seguirlo y lo traicionó y, en ese momento, rechazó la gracia divina y su vida terminó en perdición, sin Dios y sin esperanza. Su experiencia nos muestra que, aunque la gracia es ilimitada, nuestras oportunidades de aceptarla no lo son.
Vivamos bajo la gracia de Dios. No la rechacemos, ni desaprovechemos; aferrémonos a ella para ser salvos en Cristo.