«Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí». Gálatas 2: 20
NACÍ EN LA CIUDAD DE PANAMÁ, pero cuando era aún pequeño mi madre me llevó a vivir a David, Chiriquí. Allí crecí sin una figura paterna. Mi barrio era conocido por sus elevados índices de criminalidad. Conforme fui creciendo empecé a juntarme con malas compañías que me arrastraron al mundo de las drogas. Luego pasé a las pandillas, y terminé robando y vendiendo drogas.
Un día después de haber cometido un robo, salí huyendo en bicicleta. Pocas calles más adelante un policía me detuvo y me internaron en un reformatorio para menores. Allí, encarcelado, Cristo me encontró a través de un pedazo de un Nuevo Testamento roto. Comencé a estudiar la Biblia y a pedirle a Dios que me sacara de aquella prisión. Al cabo de tres años fui puesto en libertad.
Decidí ir a estudiar a un colegio adventista donde conocí más del amor de Dios. Pero por mi mala conducta me expulsaron del colegio. Otro colegio adventista, no obstante, me abrió las puertas y durante una semana de oración entregué mi vida a Cristo. Aquel mismo día decidí servir a Dios por el resto de mi vida.
Dos años después participé en una campaña de evangelización en Santiago de Veraguas. Allí conocí a Kevin, un pandillero, que junto a otros amigos jugaban en la misma cancha que usábamos para la campaña. Los pandilleros se quedaban en las gradas, escuchando el programa, pero sin acercarse. Al tercer día el joven que dirigía el programa dijo por el micrófono: «Acérquense más para que escuchen la Palabra de Dios». Todos huyeron, pero Kevin se quedó a escuchar.
Aquella noche conté mi experiencia y mientras lo hacía, Kevin no paraba de llorar. Al finalizar el programa, se acercó y me contó algunas cosas que había hecho y de las cuales estaba arrepentido. Tenía tres lágrimas tatuadas en el rostro, símbolo de que había matado a tres personas, pero esa noche Dios tocó su corazón y cambió su vida.
Quizás tú no hayas caído tan bajo ni estés cometiendo delitos graves, pero es posible que necesites ser transformado.
Permite que Jesús te encuentre hoy a ti, para que tú también puedas rescatar a otros.