«Lo mismo les pasa a ustedes: Ahora están tristes, pero cuando vuelva a verlos se alegrarán, y nadie les va a quitar esa alegría. Juan 16: 22, M I
DENSAS TINIEBLAS CUBRIERON la faz de la tierra. Al morir Jesús, pareció desvanecerse la última esperanza de los discípulos. Muchos de ellos presenciaron la escena de su pasión y muerte, y se llenó el cáliz de su tristeza. Pasaron horas llorando en solitario la pérdida de sus esperanzas. Habían confiado en que Jesús reinaría como Príncipe temporal, pero sus esperanzas murieron con él. En su triste desconsuelo, dudaban de si no los habría engañado. Hasta a la propia madre de Jesús le entraron dudas de que su hijo fuera el Mesías. […] Jesús se levantó de entre los muertos como un heroico vencedor. La hueste angélica contemplaba la escena con solemne admiración. Y al surgir Jesús del sepulcro, aquellos ángeles se postraron en tierra para adorarlo, y lo saludaron con triunfales cánticos de victoria. […] Cuarenta días permaneció Jesús con sus discípulos [después de su resurrección), alegrándoles el corazón al declararles más abiertamente las realidades del reino de Dios. […] Los discípulos escuchaban con anhelante gozo las enseñanzas del Maestro, alimentándose, llenos de alegría, con cada palabra que fluía de sus santos labios. Ahora sabían con certeza que era el Salvador del mundo. […] Se inflamaron sus corazones de amor y acelso júbilo, cuando Jesús les dijo que iba a prepararles lugar y volvería otra vez para llevárselos consigo, de modo que siempre estuvieran con él.— Primeros escritos, cap. 40, pp. 223-234. «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a Preparar lugar para vosotros. Y si me voy os Preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis». Juan 14: 1-3