LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Colosenses 1:16-18; Hebreos 4:14-16;
3 Juan 3; Génesis 6:13-18; Apocalipsis 14:6-12; 1 Pedro 1:15, 16.
PARA MEMORIZAR: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tes. 4:7).
Debido a la profundidad y la extensión de la mayordomía, es fácil perderse
en la visión de conjunto, obstruida por tangentes y desbordada
por su enormidad. La mayordomía es sencilla pero, a la vez, compleja
y, por lo tanto, se la puede malinterpretar fácilmente. Sin embargo, ni el
cristiano ni la iglesia pueden existir o funcionar sin ella. Ser cristiano es
también ser un buen mayordomo.
“No es una teoría ni una filosofía, sino un programa de trabajo. En verdad
es la ley de la vida cristiana. […] Es necesaria para una comprensión adecuada
de la vida, y es básica para una experiencia religiosa verdadera y vital. No es
simplemente una cuestión de asentimiento mental, sino que es un acto de la
voluntad, y una transacción definitiva y decisiva que afecta todo el perímetro
de la vida” (L. E. Froom, Stewardship in Its Larger Aspects [La mayordomía en
más amplio su aspecto], p. 5).
¿Cuáles son algunos de los principios fundamentales de lo que implica
ser un mayordomo cristiano? Esta semana analizaremos aún más el papel
que desempeña la mayordomía en la vida cristiana. No obstante, lo haremos
mediante una interesante analogía: la rueda de un carro.