Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Santiago 3:2
EL TERCER CAPÍTULO de Santiago es el capítulo de la Biblia que más se extiende en el estudio del poder la lengua. Al comienzo da la impresión de que todo el problema del ser humano está en el mal uso de la lengua, y que refrenando esta, podrá controlar todos los otros impulsos. Quien no ofende con palabras, dice Santiago, es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Quien lea solamente este versículo estará queriendo corregir los problemas en el lugar equivocado. Pero quien continúe la lectura, hasta el versículo 12, descubrirá que la raíz del problema está en el corazón: «¿Puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos?», es la pregunta con la cual Santiago trata de llevamos a la verdadera raíz del problema.
Cuántas personas andan por la vida heridas, lastimadas, desilusionadas y ofendidas por una simple palabra pronunciada por una persona, y esa persona ni siquiera sabe cuáles fueron los efectos de su palabra. En algunas personas una palabra ofensiva se transformó en un estilo de vida; a veces ni nos damos cuenta de que nuestras palabras, como flechas de fuego y envenenadas, producen dolor y tristeza a nuestros semejantes.
Existen muchos tipos de disculpas que inventamos para continuar usando la palabra dura. Algunas son: «Siempre digo la verdad», «soy muy franco», «conmigo no existen medias palabras», «soy sincero», «yo no ando con vueltas», «digo lo que tengo que decir». ¿Quién dice que la verdad y la honestidad lastiman o hieren a alguien? Las personas no son heridas por la verdad, ni por la sinceridad, sino por la manera como se dice esa «verdad».
Nunca podré olvidar la entrevista que tuve con mi presidente cuando era un joven pastor. En el fondo yo sabía que estaba equivocado, pero no quería reconocerlo, y me fui a la entrevista «armado hasta los dientes». «La mejor defensa», pensaba para mí, «es el ataque»; y yo iba «dispuesto a atacar». Pero la manera como él encaró el asunto, la manera como dijo las «verdades», me desarmó, acabó con mis argumentos y me hizo pedir perdón y corregir mis defectos, lo que más tarde fue clave en mi ministerio.
¿Cómo controlar la lengua sin controlar el corazón? Y ¿Cómo controlar el corazón sin permitir que Jesús habite en él? No pueden existir dos controles. «¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?», pregunta Santiago en el versículo 1l. Si te das cuenta de que tienes dificultades con la lengua, de que hablas cosas correctas en los momentos inoportunos, o de que hablas lo que no es verdad por el gusto de hablar o decir cosas buenas de manera equivocada, y sientes que esa actitud ya te trajo muchos problemas en la vida, créeme, el secreto no es cerrar los ojos y contar hasta diez antes de hablar. Ese método es humano y los métodos humanos solo curan por fuera. El verdadero remedio es ir a Jesús y vivir con él una vida de comunión permanente.