«En esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo?». Romanos 8: 24
LA ESPERANZA ES COMO UN ANCLA QUE NOS SOSTIENE en momentos de dificultad. ¿Y qué esperamos? El cumplimiento de la promesa de Dios:
«No se turbe el corazón de ustedes. Creen en Dios; crean también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay. De otra manera, se los hubiera dicho. Voy, pues, a preparar lugar para ustedes. Y si voy y les preparo lugar, vendré otra vez y los tomaré conmigo para que donde yo esté ustedes también estén» (Juan 14: 1-3, RV2015).
Nuestra esperanza es ver a Jesús regresar en gloria y majestad, e ir a vivir con él por la eternidad. Esta es una emocionante promesa; por eso, el apóstol Pablo nos anima: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió» (Hebreos IO: 23). En la fidelidad divina tenemos el fundamento de nuestra esperanza. El apóstol Pablo agrega: «Por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen» (l Timoteo 4: 10). Cuando nuestro Señor venga y se cumpla la promesa, el pueblo de Dios dirá: « iHe aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará. iEste es Jehová, a quien hemos esperado! Nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación» (Isaías 25:9).
El apóstol Pablo afirma que «en esperanza fuimos salvos» (Romanos 8: 24), debido a que esperamos la consumación de esa salvación. La cruz es la garantía de la segunda venida. La victoria en la cruz nos hace esperar confiados ese futuro que aún no podemos ver, pero que damos por cierto. Además, tenemos esa seguridad porque Dios lo ha prometido. Él garantiza nuestra esperanza. Por eso, cuando nos alejamos de él, la esperanza se aleja de nosotros. Acercarnos a él es acercarnos a la esperanza.
Imaginemos que padecemos una extraña enfermedad mortal. Hemos agotado todos los recursos posibles para encontrar una cura y estamos condenados a morir. Entonces, escuchamos hablar de un médico que tiene un tratamiento revolucionario. Todos los pacientes que ha atendido, han sanado por completo. La decisión es simple: recibir el tratamiento del médico y vivir, o rechazar su ayuda y morir. De la misma manera, Dios tiene la cura para la enfermedad mortal de la desesperanza. Si aceptamos a Cristo como nuestra única esperanza, seremos salvos en él. Renovemos hoy nuestras baterías espirituales y, por consiguiente, nuestra esperanza.