«Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en ¿t, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada». Juan 15: 5, NVI
FUIMOS DISEÑADOS PARA RELACIONARNOS CON NUESTRO CREADOR. Como seres humanos con una dimensión espiritual, no estamos completos hasta que Dios ocupa su lugar en nuestro corazón. Cuando no es así, hay un vacío en nosotros que muchas veces queremos llenar con otras relaciones o con posesiones materiales.
Lamentablemente, a veces es inevitable pasar por la amarga experiencia del dolor y el sufrimiento para darnos cuenta de que ese vacío solo puede ser llenado por Dios, si es que deseamos encontrar paz y felicidad. Por eso, nuestro Señor Jesucristo nos invita a buscarlo y caminar con él, de manera que no sintamos que estamos solos o que somos como hojas que se lleva el viento. Él quiere que seamos como árboles con raíces profundas en tierra buena, alimentados por aguas vivas.
La felicidad presente y la seguridad futura dependen de estar unidos a Cristo. El salmista dice: «La comunión ínfima de Jehová es con los que lo temen, y a ellos hará conocer su pacto» (Salmo 25: 14). Salomón agrega: «Porque Jehová abomina al perverso; su comunión íntima es con los justos» (Proverbios 3:32). Todos los hombres son llamados por Dios a participar del compañerismo o comunión con él.
Solamente hay dos caminos: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mateo 12:30). ¿Lo aceptaremos como nuestro Salvador personal o lo rechazaremos? No hay dualidad en el camino cristiano. No se puede estar con Cristo y al mismo tiempo vivir sin él. Necesitamos buscar su compañía y ser de él.
Cristo mismo nos invita: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11: 28, NVI). Cuando depositamos la carga del pecado y de la culpa en él, y descansamos confiados en su muerte en la cruz, la vida cristiana adquiere un nuevo significado. Cuando experimentamos la paz del perdón, también somos más propensos a caminar diariamente tomados de su mano, dejando que él dirija nuestra vida a cada paso. ¿Estamos dispuestos a aceptar su tierna invitación?