«A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece» (Filipenses 4: 13).
Cuando tenía seis años, y mis hermanas tres y nueve, a mi madre se le ocurrió la genial idea de que las tres cantáramos en la iglesia. Sería nuestro debut musical, así que teníamos que elegir la canción perfecta. Después de darle muchas vueltas al asunto, escogimos un canto infantil muy popular en los Estados Unidos, que se titula: «Yo soy una promesa» [I am a promise]. Si quieres, búscala en YouTube, para que la escuches. Pues bien, con esa melodía y esa letra tan pegadizas, ¿cómo podría salir algo mal?
Nos pusimos rumbo a la casa de la pianista para ensayar la gran puesta en escena; y allí estábamos las tres, de pie, cantando con el corazón «yo soy una promesa, soy una posibilidad. Yo soy una promesa con “P” mayúscula. […] Iré donde quiera que vaya, seré lo que quiera que sea, subiré altas montañas y cruzaré el ancho mar. Yo soy una promesa, yo tengo un gran potencial».
Mientras cantábamos con gran entusiasmo esa letra que decía que podíamos lograr absolutamente todo porque teníamos un gran potencial, la pianista nos interrumpió y se llevó a mi madre aparte para hablar con ella. Más tarde supe lo que le había dicho a mamá: una de mis hermanas no era capaz de entonar. También le había sugerido que hiciéramos un dueto en lugar de un trío (o sea, que mi hermana, la que no sabía entonar, no cantara).
Yo solo tenía seis años, pero algo no me encajaba. Si las tres teníamos tanto potencial, ¿por qué querían sacar a mi hermana del grupo? Si podíamos subir altas montañas y cruzar el ancho mar, ¿por qué no podíamos las tres cantar una simple canción infantil? Pues, según la pianista, no teníamos ese potencial. Al final interpretamos la canción a dúo, pero después de que quitaran a nuestra hermana del grupo, nuestros corazones no se sintieron igual.
A lo largo de la vida, alguna gente te dirá que hay muchas cosas que no puedes hacer. Muchas personas están amargadas y decepcionadas, y han perdido la perspectiva; no se dan cuenta del gran potencial que todos tenemos, y por eso tampoco quieren que tú te des cuenta del gran potencial que tienes. No les hagas caso. Tú, hazle caso a Dios. Si Dios te ha llamado a subir altas montañas, a cruzar el ancho mar, a construir una iglesia, a predicar un sermón, a cantar una canción, a dar una clase o a pronunciar un discurso, puedes hacerlo. Haz de estas palabras tu lema: «A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece» (Filipenses 4: 13).
Ponlo en práctica: Haz algo que creas que Dios te está llamando a hacer; él te dará la fuerza que necesitas.
Ponlo en oración: Da gracias a Dios porque te ayuda a descubrir tu potencial y a desarrollarlo.