«Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él». 2 Corintios 5: 2
¿CÓMO LLEGA A SER JUSTO UN HOMBRE? Depende. Si creo que la justicia es solamente algo moral, trataré de ser un hombre justo observando un comportamiento moral correcto. Pero si mi concepto de la justicia es personal, entonces trataré de vivir una experiencia de comunión con la Persona-Justicia.
El texto de esta mañana nos dice: «Para que nosotros seamos justicia de Dios en él». La única manera de ser justo es correr a los brazos de Jesús y vivir una vida permanente de comunión con él.
Guillermo abandonó la casa paterna cuando tenía solo 12 años. Salió por el mundo «para realizarse». Se sentía oprimido, casi asfixiado, por los consejos paternos. No quería fronteras para su vida, ni límites, ni reglas, ni horarios para entrar o salir de casa. Huyó en busca de «libertad», para «conocer todo lo que la vida ofrece». Al principio, todo era fantástico y maravilloso. Nuevos amigos, nuevas sensaciones.
Pero, sin darse cuenta, fue sumergiéndose peligrosamente en las aguas turbulentas de los vicios: cigarrillos, bebidas y drogas. Hasta que un día la cuerda se rompió; fue herido de bala por la policía y terminó en la cárcel. Solo, en una celda fría en Recife, vio pasar el tiempo y consiguió reflexionar acerca de su insensatez. Hacía años que no sabía nada de sus padres y hermanos. ¿Por qué había huido de la casa? Había valido la pena la aventura de recorrer caminos tortuosos? Tuberculoso, con la salud quebrantada y con sus sueños hecho pedazos, se preguntó si habría alguna salida. ¿Pedirle ayuda a los padres? ¿Para qué?
Tenía vergüenza de que descubrieran su lamentable estado. Viéndose cercado y sin escape, se preparó para ir consumiéndose poco a poco en la prisión.
Cierto día, un grupo de estudiantes de Teología inició un trabajo de evangelización en esa cárcel. En dichas circunstancias, Virgilio, uno de los jóvenes que se había convertido hacía pocos años, encontró detrás de las rejas a su hermano Guillermo; hermano que ahora estaba delgado, enfermo, envejecido y maltratado por las circunstancias. Ambos se abrazaron, y Virgilio apeló en nombre de Jesús a que Guillermo abriese el corazón al Salvador.
—No puedo —dijo Guillermo—; ya es muy tarde para mí. Arruiné mi vida, soy la vergüenza de la familia.
—No es verdad —respondió el hermano mayor—. Jesús te ama, y si crees en él, entrará en tu vida, perdonará tu pasado y te hará un hombre justo.
Guillermo fue a Jesús; cayó de rodillas en la celda. Comenzó a vivir una vida de comunión permanente con la Persona-Justicia, y hoy es un joven pastor en el norte del Brasil.
Tú también puedes ir esta mañana a Jesús y dejar que revolucione toda tu vida. Vive con él a lo largo del día.