«Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto». Santiago 5: 17-18
EN UN LUGAR REMOTO DE ÁFRICA no había ni un cristiano, así que un pastor y dos laicos se dirigieron allí para llevar el evangelio. Al llegar al pueblo, solicitaron permiso a las autoridades para impartir su campaña de evangelización, pero se lo negaron, ya que los residentes del lugar dedicarían esa semana a pasear a sus dioses por las calles pidiendo lluvia. Llevaban ya cinco meses de sequía, y el ganado, los sembradíos y la vegetación estaban muriendo.
Al enterarse de la necesidad, el pastor se entrevistó con el jefe de la aldea para que accediera a darles el permiso, pero el jefe insistió en que por el momento no se podía. El pastor entonces le hizo una propuesta: «El Dios de la Biblia es el Dios de los cielos y la tierra. Él tiene en sus manos la lluvia y el mar. Él puede hacer que llueva en este lugar. Dios, el Dios en quien confiamos, hará llover mañana a las seis de la tarde. Si eso sucede, ustedes nos darán permiso para organizar las reuniones».
El jefe estuvo de acuerdo, pero agregó una condición: Si no llovía, el pastor y sus compañeros irían seis meses a la cárcel. Firmaron un convenio por escrito.
El pastor y los dos laicos volvieron al lugar donde estaban hospedados, y oraron toda la noche pidiendo que lloviera a las seis de la tarde. Durante el día, consiguieron un sitio para armar una carpa. La levantaron, pusieron sillas y estuvieron listos para que Dios contestara la oración. A las seis de la tarde, llovió. Llovió durante dos horas, e incluso inundó varios lugares.
La campaña duró cinco semanas. Al final, se bautizaron sesenta personas. Hoy, hay una iglesia fuerte y vigorosa en ese lugar gracias a la oración de fe de ese grupo de evangelistas, que estuvieron dispuestos a ir a la cárcel con el fin de rescatar a otros para el reino de Dios. Pidamos con fe en nuestras oraciones, que Dios está atento y dispuesto a darnos lo que necesitamos.