Un día caminaba con otro misionero por un mercado de Perú. En eso, oí que un guacamayo nos llamó. El vendedor nos hizo señas y nos detuvimos. Al acercarme al guacamayo, estiró su pata para subir a mi brazo. Yo sabía que el fuerte pico de estas aves puede arrancar dedos, así que alejé mi mano de él inmediatamente, para que no se subiera.
—No se preocupe, no hace daño —dijo el vendedor.
Con titubeos y precaución, acerqué mi brazo a la enorme y hermosa ave. Estiró su pata y subió. Se arrastró de lado para escalar mi brazo, hasta colocar su cabeza y su cuerpo contra mi pecho. Luego, comenzó a mover su cabeza de un lado al otro. Acaricié las plumas a un costado de su cabeza, y pareció que en ese momento nació una amistad especial entre nosotros. Siempre había querido un guacamayo y ahora tenía una oportunidad. Pagué al vendedor el dinero que pedía por el ave y me la llevé montada en mi brazo. La llamé Mike. Era mi ave. Sin embargo, también quiso mucho a mis hijos.
En el edificio de la Misión, sacaba a Mike de su jaula para que caminara conmigo, llevándolo sobre mi brazo. ¡Le encantaba! Una vez, tuve que salir de viaje durante dos semanas; volví en la noche de un viernes. Ese sábado estuve ocupado todo el día con las actividades de la iglesia, y apenas pude pasar por la jaula de Mike para saludarlo y acariciar sus plumas.
Mi esposa Millie me dijo que Mike parecía estar enfermo. No se comportaba como siempre. El domingo tuve que salir otra vez, asi que no saqué a Mike de su jaula. El martes llamé a mi familia, y Millie me avisó que Mike había muerto el lunes. Pregunté a un veterinario cuál había sido la causa.
—Puede ser que Mike murió de tristeza porque lo extrañaba usted, y apenas le prestó atención la última vez que estuvo con el. ¿Se mueren de tristeza las aves? No lo sé, pero lo dudo. No obstante, en la cruz, Cristo murió de tristeza. No quería que el pecado te separara de él. Te ama y murió por tus pecados. Agradécele hoy por su gran amor.