«Por la fe en el nombre de Jesús, él ha restablecido a este hombre a quien ustedes ven y conocen. Estafe que viene por medio de Jesús lo ha sanado por completo, como les consta a ustedes». Hechos 3: 16
CUANDO LA PALABRA DE DIOS ES PREDICADA, el enemigo se llena de ira porque muchos son arrebatados de su poder. Satanás procura perturbar a los que están conociendo el camino de la salvación.
En un salón de conferencias, un predicador estaba hablando acerca del origen del pecado, de cómo afectó a toda la humanidad y de cómo Cristo nos libera. En el lugar había una jovencita de unos catorce años muy atenta al mensaje y emocionada por la esperanza en Jesús. Pero de repente, Satanás tomó posesión de ella. Los ancianos de las iglesias la sacaron del salón y la llevaron a un cuarto especial.
Diez hombres no podían dominarla, debido a la fuerza que tenía. Me di cuenta de lo que estaba pasando, y llamé al grupo de oración intercesora para intensificar las oraciones por la joven poseída. Tomé un cartón grande y escribí en él con grandes letras: «Jesús, sálvame». Colocamos la frase frente a sus ojos, y dijimos: «Repite con nosotros». La muchacha fijó sus ojos en el nombre de Jesús, hasta que finalmente fue liberada del poder del enemigo y se levantó sana. El nombre de Jesús es poderoso.
Cuando Pedro se encontró con el cojo de nacimiento en la puerta del templo, le dijo: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3: 6), y el cojo fue sanado. Pedro confirma este hecho en su discurso en el pórtico de Salomón, cuando le dice al pueblo reunido que la sanación había sido en el nombre de Cristo. Posteriormente, declara: «En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4: 12). Tengamos fe en el nombre de Jesús, y no solamente seremos sanados o resolveremos nuestros problemas, sino que seremos salvos para la eternidad. Elena G. de White menciona qué implica usar el santo nombre de Jesús en oración: «Orar en el nombre del Señor Jesús es más que hacer una simplemente mención de su nombre al principio y al fin de la oración. Es orar con los sentimientos y el espíritu de él, creyendo en sus promesas, confiando en su gracia y haciendo sus obras» (El camino a Cristo, cap. I l, p. 149).
Experimentemos una relación de fe incondicional en Jesucristo y en sus promesas.