Un segundo sentido que Dios nos dio es el oído. El sistema auditivo que creó en nuestros cuerpos es fantástico. La radio, el teléfono, la televisión y las transmisiones vía satélite han intentado replicar este sistema para recibir mensajes.
El sistema auditivo humano tiene tres partes principales: oído externo, medio e interno. Vemos el oído externo, que capta las ondas sonoras y las envía por el conducto hacia el oído medio. Allí, las ondas primero chocan con el tímpano y luego contra tres huesitos llamados martillo, yunque y estribo; el martillo golpea al yunque, que hace pasar al sonido por el estribo. Las diferentes vibraciones envían diferentes impulsos por el oído interno, donde se encuentran los canales semicirculares y la cóclea, que hacen pasar las vibraciones sonoras al cerebro mediante terminaciones nerviosas que se unen para formar el nervio auditivo. Nuestros cerebros nos ayudan a identificar lo escuchado.
La intensidad de los sonidos se mide en decibeles. El silencio absoluto es de cero decibeles. Un susurro equivale a 20, el claxon de un automóvil a 85, un martillo hidráulico a 118, y el motor de un avión a 130. La música tiene vibraciones regulares, mientras que las del ruido son irregulares.
Dios nos dio el oído para que escucháramos los cantos melodiosos y agradables de las aves, y las voces de otros animales, así como a las demás personas cuando nos hablan. Satanás trata de evitar que escuches lo bueno. También quiere cautivar tu oído mediante conversaciones inmorales, groserías, insultos y música malsana.
Lo que oímos, así como lo que vemos, se registra en nuestra computadora mental. Dedica un momento para agradecer a Jesús por haberte dado el oído y pídele que te ayude a elegir escuchar lo bueno en tu tiempo libre.