Perdónanos el mal que hemos hecho, asi como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal (Mateo 6:12).
Hubo una vez un importante hombre de negocios, a quien llamaremos ei gran jefe, que tenía a muchas personas trabajando para él, a quienes llamaremos hombrecillos. Un día, el gran jefe quiso arreglar algunas cuentas y se dirigió a uno de los hombrecillos, que le debía diez mil millones de dólares. Cuando el gran jefe le pidió el dinero, el hombrecillo entró en pánico, porque todo cuanto tenía lo necesitaba para la comida de ese día.
El gran jefe le dijo: «Si no tienes el dinero no hay problema: venderé a tu mujer y a tus hijos para pagar tu deuda». El hombrecillo podía vivir sin lujos, podía seguir su vida sin los diez mil millones de dólares, pero no podría vivir sin su familia, de manera que se echó a llorar y suplicó. Era tan patético que el gran jefe decidió perdonarle toda la deuda, tanto los diez mil millones como el dinero que llevaba para la comida de aquel día.
El hombrecillo se sintió tan liberado que salió y se fue a Taco Bell para relajarse y comer, y allí se encontró con un amigo, al que llamaremos cabeza de burrito. Justo la semana anterior, el hombrecillo había invitado a cabeza de burrito a dos burritos con frijoles en Taco Bell. «Ey, amigo —le dijo el hombrecillo— ime debes 2.50 dólares de los burritos con frijoles! Págamelos, o por lo menos invítame a comer». Cabeza de burrito le explicó que se acababa de gastar el dinero que le quedaba en los burritos que se iba a comer. «Te prometo que te pagaré la semana que viene», le dijo. El hombrecillo empezó a gritaf al encargado del restaurante, diciénd04e que cabeza de burrito le había robado y, finalmente, cabeza de burrito acabó en la cárcel.
Quiso la suerte que el gran jefe adquiriera la franquicia de Taco Bell y, cuando se enteró de lo que había sucedido, le dijo al hombrecillo que le parecía muy egoísta por su parte que no hubiera perdonado una deuda de 2.50 dólares cuando él le había perdonado una de diez mil millones. El gran jefe pensó que aquello era ridículo, así que envió inmediatamente al hombrecillo a prisión.
Al igual que el gran jefe, Dios nos ha perdonado infinidad de cosas. Por tanto, no tenemos derecho a negarnos a perdonar a otros por cosas pequeñas. Si perdonamos a los demás, él nos perdonará a nosotros.
Ponlo en práctica: Para saber más acerca de esta historia, lee Mateo 1 8: 2 1-35. Si hay alguien que necesite tu perdón, no esperes más. iPerdónalo ya!
Ponlo en oración: Da gracias a Dios por perdonarte y pídele que te ayude a perdonar a otros.