«Mas yo a ti he clamado, Jehová, y de mañana mi oración se presenta delante de ti». Salmo 88: 13
HABÍAMOS ORGANIZADO UNA SERIE DE EVANGELIZACIÓN en una iglesia. Sin embargo, al llegar nos encontramos con la sorpresa de que no se había realizado una correcta preparación espiritual para hacer frente al enemigo de las almas. A la primera reunión, el sábado en la noche, asistieron solamente cinco visitas. Pregunté si los miembros de la iglesia estaban dando estudios bíblicos en los hogares, y la respuesta fue negativa. Tampoco estaban impartiendo clases bautismales, ni tenían un plan sistemático de testificación. En otras palabras, no había nada que se pudiera hacer por esa campaña, a menos que Dios interviniera.
Le di a la iglesia dos opciones: cancelar la campaña por falta de preparación, o pasar toda la noche orando para que Dios interviniera. La iglesia escogió orar fervorosamente. Comenzamos a leer pasajes de la Biblia y a orar tanto individualmente como en grupos. Dedicamos un buen tiempo a pedir la intervención diyina. El resultado fue increíble: tuvimos una muy buena asistencia de visitas en las siguientes noches.
Muchos no podían creer lo que estaba sucediendo, pero habíamos orado para que ocurriera un milagro, y estoy seguro de que el Espíritu Santo tocó el corazón de muchos para que asistieran. Únicamente necesitamos creer en la oración y dedicarle suficiente tiempo. Dios se encarga de los resultados cuando confiamos en él y le pedimos que intervenga. Los resultados vienen de Dios, quien quiere que confiemos en él.
Elena G. de White destaca la relación que existe entre la confianza en Dios y los resultados alcanzados: «Los que logran los mayores resultados son los que confían más implícitamente en el Brazo todopoderoso. El hombre que exclamó: «Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ajalón» (Josué IO: 12), es el mismo que durante muchas horas permanecía postrado en tierra, en ferviente oración, en el campamento de Gilgal. Los hombres que oran son los hombres fuertes» (Patriarcas y profetas, cap. 47, p. 485).
Oremos de nuevo hoy, pidiendo que Dios haga un milagro en nuestra vida. Recordemos que para él nada es imposible.