«Jehová, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a respóndeme el día que te invoque» Salmo 102: 1-2
EN OCTUBRE DE 2005, EL HURACÁN STAN golpeó con fuerza el sur de México. En la costa del estado de Chiapas, el agua bajó de las montañas arrastrando piedras y árboles, y destrozando carreteras y puentes. Pueblos enteros fueron reducidos a lodo y barro. En uno de estos pueblos vivía un humilde anciano de ochenta años, que era diácono en su iglesia. En el momento de la tragedia, estaba como siempre en su cama, ya que estaba enfermo. El agua venía arrasando casas enteras, y él pudo sentir el estruendo. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, clamó a Dios: «Señor, si me has librado de tantos males, líbrame ahora de este desastre». Su testimonio es que, de imprevisto, apareció un personaje de gran estatura, lo tomó en sus brazos y lo puso en tierra firme. Sin decir una sola palabra, se retiró del lugar. Este hermano asegura que un ángel de Dios lo sacó de la zona de desastre y lo puso a salvo.
Así actúa Dios a favor de sus hijos y los libra en medio de las dificultades. A pesar de las pruebas por las que estemos pasando, recordemos que la oración «es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo» (El camino a Cristo, cap. 11, p. 140). La oración es el medio que la fe utiliza para conectarse con Dios y sus bendiciones. Elena G. de White señala la interrelación entre ambas: ¡fuertes son la verdadera fe y la verdadera oración! Son como dos brazos por los cuales el suplicante humano se aferra del poder del amor infinito» (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 560).
No olvidemos que Dios está a nuestro alcance en todo momento. La debilidad del hombre es la fortaleza de Dios. Él hace lo que no puede hacer el hombre, porque en él están la fuerza, el poder y la gloria. Como dice el canto:
«Dios está aquí, es tan ciet:to como el aire que respiro.
Es tan cierto como en la mañana, se levanta el sol.
Es tan cierto como que le canto y me puede oír».
Elevemos nuestra voz a Dios y supliquemos su bendición.