«No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía. Podrán caer mil a tu izquierda, g diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará» (Sal. 91:5-7).
Una vez, alguien me leyó un poema que luego no pude volver a encontrar. Expresaba que el poeta cedía mansiones cerca del paraíso para los demás; él quería una cabaña en las puertas del infierno para, quizá, poder detener a algunas personas y lograr que no entren por esas puertas. Quiero que mi ministerio sea así. Quisiera rescatar a las personas de las garras mismas del diablo, cuando están a punto de entrar en el infierno.
Luego de casi cinco años en Miracle Meadows School (un programa para jóvenes en riesgo), he descubierto que las puertas del infierno pueden ser un lugar bastante caliente. Al diablo no le gusta que nadie se zafe de sus garras. Es solo por la gracia de Dios que no destruye mi «cabaña», ni a mí.
Recientemente, viví un ejemplo del cuidado de Dios cuando fui a un curso de formación para profesores con cuatro colegas. Llevábamos cuatro horas de viaje y todavía faltaban cuatro horas más hasta nuestro destino. Entonces, mientras yo manejaba, pensando en varias cosas, la camioneta de repente comenzó a temblar. Olí goma quemada, así que pensé que se nos había reventado un neumático. Pude detener la camioneta en el arcén sin problemas. Todos bajamos para evaluar cuál había sido el daño. Nuestros neumáticos estaban intactos, pero detrás de nosotros rodaba un neumático dañado que habíamos atropellado sin haberlo visto. Lo que sí notamos que estábamos perdiendo líquido de transmisión, que salía a borbotones.
—Bueno… parece que tendré que llamar al.Sr. Weber para que busque la camioneta —dijo el rector.
Un patrullero llegó, y nos llevó hasta un negocio donde pudimos tomar algo fresco y esperar relativamente cómodos. Llamamos a una empresa de remolques para que buscara nuestra camioneta. Cuando mis colegas volvieron al lugar donde estaba la camioneta para recibir al remolque, encontraron nuestro eje transmisor en tres piezas sobre la carretera. El eje roto había mellado el tanque de combustible y, si lo hubiera golpeado un poco más fuerte, la camioneta, con nosotros adentro, habría explotado o se habría incendiado.
—¿Saben? —dijo uno de los profesores—. Nunca estuve verdaderamente cerca de la muerte hasta que realmente comencé a seguir a Dios. Entonces…
Dejó que la frase quedara sin concluir. Y tiene razón, por supuesto. Nuestro enemigo ataca cuando nos ve cerca de Dios. Sin embargo, nuestro Padre es más grande que todos los planes del enemigo.
PAULA ORAHAM es profesora en Virginia, EE. UU. Ha sido misionera en Corea y en Costa Rica.