«Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14).
se día, todo el equipo estaba ilusionado. Con nuestros jóvenes quince años, pensábamos que éramos imbatibles. Habíamos practicado y entrenado mucho. Nos teníamos fe. Ese viernes al medio día, en el campeonato intercolegial de fútbol, mi fe quedó en el fondo de la red del arco que defendía nuestro arquero. Fue un partido humillante. Pensábamos que la victoria era segura, pero perdimos iseis a cero!
Todos queremos ganar. No solo en lo deportivo, sino también en la vida. No sé cuántos trofeos has ganado o cuántos premios has recibido. Lo cierto es que hay un premio muy prestigioso en el mundo, que se entrega todos los años a personas destacadas en distintas disciplinas: Literatura, Economía, Medicina, Física, Química y Paz mundial.
Estamos hablando de los célebres Premios Nobel, que se entregaron por pri mera vez en Estocolmo y Oslo el 10 de diciembre de 1901. Este premio es un galardón internacional que se otorgaanualmente para reconocer a personas que han llevado a cabo investigaciones, descubrimientos o contribuciones destacadas durante el año inmediatamente anterior, o en el transcurso de sus vidas.
Los premios se instituyeron en 1895 por voluntad de Alfred Nobel, un rico industrial sueco. Los ganadores reciben una medalla de oro, un diploma y una suma cercana a los novecientos mil euros.
¿Te gustaría ganar un Premio Nobel? Si trabajas con devoción y entrega en alguna de las áreas mencionadas, bien puedes hacerlo. No obstante, también puedes ganar un premio mucho más valioso: la vida eterna y la corona de oro. Dios, el rico, misericordioso y todopoderoso gobernante del universo, quiere salvarte. Como el Nobel, no puedes hacerte acreedor de este premio si mueres sin antes haber tomado la decisión de entregar tu vida a Jesús.
Hoy puede ser un día histórico si decides consagrarte a Dios y rendirte por completo a él: tu tiempo, tus talentos, tu dinero, tus sueños, tus planes. Sin duda, él te convertirá en un vencedor.
Debemos revestirnos de las gracias celestiales y, con el ojo puesto en lo alto, en la corona inmortal, mantener al Modelo siempre delante de nosotros. […] Debemos mantener constantemente frente a nosotros la vida humilde y abnegada de nuestro divino Señon Entonces, al tratar de imitarlo, manteniendo nuestra vista fija en el premio, podemos correr esta carrera con seguridad» (Elena G. de White, La maravillosa gracia de Dios, p. 342). PA