«Vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona». Apocalipsis 3: I I
QUE LA IGLESIA estuviera dispuesta a vestirse con la justicia de Cristo, apartándose de O toda obediencia al mundo, se presentaría ante ella el amanecer de un brillante y glorioso día. La promesa que Dios le hizo permanecerá firme para siempre. La hará una gloria eterna, un regocijo para muchas generaciones. La verdad, pasando por alto a los que la desprecian y rechazan, triunfará. Aunque a veces ha parecido sufrir retrasos, su progreso nunca se ha detenido. Cuando el mensaje de Dios lucha con oposición, él le suministra fuerza adicional, para que pueda ejercer mayor influencia. Dotado de energía divina, podrá abrirse camino a través de las barreras más fuertes, y triunfar sobre todo obstáculo.
¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas y sacrificios? Vio los resultados del trabajo de su alma. Mirando hacia la eternidad, contempló la felicidad de los que por su humillación obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados entonar el cántico de Moisés y del Cordero.
Podemos tener una visión del futuro, de la bienaventuranza en el cielo. En la Biblia se revelan visiones de la gloria futura, escenas bosquejadas por la mano de Dios, las cuales son muy estimadas por su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna, y escuchar la bondadosa bienvenida dada a los que en esta vida cooperaron con Cristo, considerándose honrados al sufrir por su causa. Cuando se expresen las palabras: «Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre» (Mat. 25: 34, DHH) pondrán sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. […] Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc. 5: 12-13).
Allí los redimidos darán la bienvenida a los que los condujeron al Salvador, y todos se unirán para alabar al que murió para que los seres humanos pudieran tener la vida que se mide con la de Dios. El conflicto terminó. La tribulación y la lucha quedaron en el pasado. Himnos de victoria llenan todo el cielo al elevar los redimidos el gozoso cántico: «Digno, digno es el Cordero que fue sacrificado, y que vive nuevamente como conquistador triunfante».— Los hechos de los apóstoles, cap. 58, pp. 446-447.