«Y en sus bocas nofue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios». Apocalipsis 14: 5
EL PECADO ES ABORRECIBLE. Corrompió la belleza moral de un gran número de ángeles. Entró en el mundo, y muy pronto borró la imagen moral de Dios en la humanidad. Pero, en su gran amor, Dios proveyó un camino por el cual la humanidad pudiera recuperar la posición de la que ha caído al someterse al tentador. Cristo vino para ponerse a la cabeza de la raza humana, para modelar en nosotros un carácter perfecto. […] «A todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan l: 12). […]¿Qué requiere el Señor de sus hijos comprados con su sangre? La santificación de todo el ser, pureza como la pureza de Cristo, perfecta conformidad a su voluntad. […] En la santa ciudad no entrará la mentira ni el engaño. […]Nosotros podemos revelar la semejanza de nuestro divino Señor.
Podemos conocer la ciencia de la vida espiritual. Podemos honrar a nuestro Creador. […] Muy por encima de lo que puede alcanzar el más elevado pensamiento humano, se halla el ideal de Dios para sus hijos. Él desea que tengamos claridad mental, un temperamento agradable, y que nuestro amor sea ilimitado. Entonces «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7) fluirá de nuestro interior para bendición de todos los que entren en contacto con nosotros. La atmósfera que nos rodeará será un refrigerio para todosMuchos creen en la verdad solo a medias. El valioso tiempo que debiera emplearse en hablar del poder del Redentor para salvar, está siendo empleado por muchos en la maledicencia. A menos que cambien decididamente, serán hallados faltos. A menos que en ellos se opere una completa transformaçión del carácter, no podrán entrar nunca en el cielo. […]
El cristiano realmente convertido no siente inclinación ni a fijarse ni a hablar de las faltas de los demás. Sus labios están santificados, y como testigo de Dios, testificará de la gracia de Cristo que ha transformado su corazón. […]Solamente entrarán en el cielo aquellos que hayan vencido la tentación de pensar o hablar el mal.— Review and Herald, 24 de noviembre de 1904.