«Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1: 18).
De niña, me paraba frente a la ventana para mirar cómo caían los primeros copos de nieve del invierno. Había cuatro cosas que me gustaban del invierno. Esperaba con ansias su llegada, desde la caída de las hojas hasta los primeros días de frío, con sus noches heladas. Veía con anticipación a mi madre sacar los guantes y la ropa de abrigo. Esto hacía que pareciera que el invierno ya llegaba. Miraba a mi padre y a mis hermanos cortar leña y apilarla en filas. Solo la cercanía de la Navidad, los hermosos villancicos y decorar el árbol podían liberarme de lo inhóspito del invierno.
Otro tesoro invernal eran los ángeles de nieve. Los creábamos acostándonos en la nieve de espaldas, y moviendo nuestros brazos y piernas de arriba abajo. Creábamos obras de arte. Nos levantábamos con cuidado, para observar las impresiones que parecían ángeles volando.
En tercer lugar, atesoraba los copos de nieve individuales, cada uno de ellos. Mi maestra me había recomendado que usara guantes de color oscuro cuando nevara, porque entonces, cuando los copos de nieve cayeran en mis manos, podría ver el diseño de cada uno. También me parecía un tesoro la blancura de la nieve. Brillaba con el sol matutino y pintaba un paisaje tan hermoso como el que solo un artista sabe crear.
Ahora que ya no hago ángeles en la nieve, debo depender de mis recuerdos, que a menudo me hacen pensar en mi Creador. Por cada ángel que recuerdo haber hecho de niña en la nieve, imagino a diez mil ángeles viajando entre la tierra y el cielo. Uno de ellos es el mío. Y pensar en los copos de nieve cayendo sobre mis guantes me recuerda que Dios nos ha creado a todos con una diversidad única de talentos y habilidades.
Recuerdo con cariño las frazadas blancas de nieve cubriendo el aburrido paisaje invernal. Esos recuerdos me hacen pensar en la promesa: «Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos» (Isa. 1: 1 8 )• Este es el tesoro más grande de todos: que los «paisajes» de nuestras vidas pueden ser tan puros como un campo de nieve bajo el sol.
Al anticipar la llegada de la nieve, anticipo también, con gran añoranza, la Segunda Venida. Deseo, como tú, esa primera vista de Jesús descendiendo para liberarnos del pecado.