“Dice al Señor: ‘Tú eres mi refugio, mi castillo, ¡mi Dios, en quien confío!’ Solo él puede librarte de trampas ocultas y plagas mortales” (Sal. 91:2,3).
A Jonathan le gustaba mucho ir con su familia, algunos sábados, a una Iglesia que frecuentemente invitaba a su papá a predicar. En esas ocasiones, se desplazaban a pie, y aquello era una aventura para él. El camino pasaba por debajo de árboles que daban abundante sombra, y como era invierno, uno que otro charco se había formado en el piso, de tal forma que Jonathan podía saltar en ellos. Luego de una larga caminata llegaban a la iglesia, que estaba pintada de verde y rodeada de árboles. Al llegar, se lavaban los pies, se ponían los zapatos limpios que llevaban en la mochila, se cambiaban de ropa y se sentaban en el primer banco.
Su papá siempre le advertía que no era correcto subirse a los árboles en sábado, ya que debía participar de las actividades de la iglesia. Sin embargo, un sábado, Jonathan decidió desobedecer. Parece que aquel día su sistema de comprensión del idioma estaba alterado. Sin el permiso de sus padres, salió de la iglesia para inspeccionar los alrededores, en busca de aventuras. Pronto se encontró embelesado, contemplando un árbol del que colgaba un fruto que parecía algodón. Tomó una vara larga y lo golpeó, pero como no se desprendía, decidió subirse al árbol. Cuando apoyó el pie al lado del tronco, sintió que se había metido en un hueco. Al bajar la vista, vio una serpiente venenosa. Jonathan echó a correr, pidiendo a Jesús que la serpiente no lo atacara… y sintiéndose mal por haber desobedecido a su papá. Mientras corría, un pensamiento lo acompañaba: “Esa serpiente pudo haberme mordido, por desobediente”.
Cuando desobedecemos a la voz de Jesús que nos habla a través de la Biblia y de los consejos sabios de papá y de mamá, algo malo nos puede pasar. Aunque a veces no entendemos por qué nuestros padres nos prohíben algo, siempre es para protegernos de lo malo que nos pueda suceder. Confía en ellos. Confía en que desean lo mejor para ti. Decide ser obediente a tus papas y a Jesús, porque ellos saben qué es lo que te conviene; en cambio, tú aún eres demasiado joven para conocer todos los peligros que se esconden por ahí.