«Donde hay envidias y rivalidades, hay también desorden y toda clase de maldad» (Santiago 3: 16).
Estoy empezando a preferir el deporte universitario que el profesional. En los partidos universitarios no solo hay aficionados histéricos, sino que hay concursos, sorteos, diversión… Y es fácil conseguir un buen asiento (por no mencionar que también son más baratos). Uno de los primeros partidos a los que asistí en la universidad era de hockey, entre Wichita y Tulsa. Lo que hizo que la noche fuera memorable fue la gran rivalidad entre ambos equipos, que casi les impedía jugar. El hockey es un deporte de mucho contacto físico, pero ese partido fue el no va más. Los aficionados pedían acción y los equipos no dudaron en dársela. Creo que hubo más peleas que goles. Las almohadillas volaban tan rápido como los puños, y los árbitros tenían que parar las peleas constantemente. La mejor parte fue un cara a cara en que el árbitro dejó caer el disco y ninguno de los jugadores se dio cuenta. Todos lanzaron sus equipos por los aires y se echaron en el piso, unos encima de otros, como animales, para deleite de la multitud. Fue entretenido pero también perturbador.
El libro de Santiago está lleno de sabiduría práctica como la del versículo de hoy. La ambición es uno de los peores pecados, por no decir que es la esencia del pecado. Tratar de ponerse uno a sí mismo en primer lugar, por encima de los demás, incluyendo a Dios, es lo peor que uno puede hacer. Que lo único que te importe sea tu propia felicidad, por encima de la de los demás, no es muy cristiano que digamos. Las personas egocéntricas están dispuestas a hacer cualquier «clase de maldad» para lograr lo que quieren.
Las noticias están llenas de casos como el de Bernie Madoff, que robó a su propio pueblo miles de millones de dólares para su beneficio personal. Padres matan a sus hijos no deseados para continuar con el estilo de vida que les gusta; jóvenes maltratan a sus padres para que no les pongan restricciones; la gente engaña en los negocios; los estudiantes copian en los exámenes… La lista es interminable. Por eso es tan importante que revisemos constantemente nuestra motivación para hacer las cosas. La Biblia resalta el amor al prójimo y nos invita a poner las necesidades ajenas por encima de las nuestras. No solo en beneficio de los demás, sino para nuestra propia protección.