«Conserven lo que tienen, asta que yo venga». Apocalipsis 2: 25.
Jeremías nunca había tenido la pelota. Nunca. No era el tipo de muchacho al que se le hacían pases y creo que él quería que fuera de esa manera. No estaba en buena forma física, tampoco charlaba con las muchachas en las graderías, ni permanecía al lado del profesor. Se quedaba de brazos cruzados murmurando entre dientes. Su falta de habilidad no era solo por su mala forma física, sino porque estábamos continuamente burlándonos sin piedad de él.
Esto no le ayudaba a tener confianza en sí mismo. Y lo menciono para que puedas apreciar el milagro que ocurrió durante un partido de fútbol en una clase de Educación Física.
Los equipos se alinearon uno frente al otro en el centro del campo. Cuando se dio la señal, la pelota entró al juego. No tengo idea de cómo sucedió, pero Jeremías se encontró solo con la pelota a unos veinte metros de distancia del equipo contrario. Todo el mundo sabe que si tienes la pelota cerca de la portería del equipo contrario, tienes que correr por tu vida. Por un momento todo el campo estaba en shock, nadie se movió ni respiró.
Entonces el alboroto estalló. « ¡Corre, Jeremías, corre! —le gritamos—. ¡Corre o te aplastarán! Él no necesitaba más estímulo. Se desbocó. Bueno, algo así. Y corrió por el pasto seco como la mayoría lo harían sobre el hielo húmedo. Había avanzado bastante y el otro equipo ya no podía alcanzarlo.
Estaba solo a nueve metros de distancia del touchdown cuando, de repente, entró en pánico. No sé si fue por la confusión de los gritos o el miedo a la paliza a manos del equipo contrario, pero Jeremías hizo lo impensable.
A segundos de lograr la alabanza y adoración de sus compañeros, lanzó la pelota a la zona de anotación… ¡a nadie!. Entonces se detuvo, se dio la vuelta y se cruzó de brazos. Inmediatamente quedó perplejo ante el estallido de los gritos, silbidos y abucheos. Jesús le pide a la iglesia de Tiatira que se aferren a lo que saben y que se aferren a él en medio de la persecución, porque ¡viene pronto! No sabemos cuándo, pero la Escritura dice que va a ser pronto y cuando menos lo esperamos. Hay que aferrarse a Jesús a pesar del desaliento que nos rodea, porque nuestra «meta» podría estar más cerca de lo que pensamos.