A mí me gusta mucho viajar en avión. Es tan entretenido ver las nubes como si fueran copos de algodón; los autos, como si fueran puntitos en movimiento; las personas, como si fueran hormiguitas; y las ciudades, como si fueran maquetas iluminadas… Además, en avión llegamos rápido a todas partes, mientras que en barco o en automóvil el viaje es muuuuucho más lento. Y no digamos ya en bicicleta o a pie. Pero aunque el avión es el medio de transporte más rápido que existe, viajar de un país a otro puede durar varias horas. Hace tiempo, viajé con mi esposo y mis dos hijas a la tierra donde nació Jesús. Ese viaje es muuuuuy largo. Después de varias horas de vuelo, ya no parece tan divertido estar sentado en un avión; solo deseas llegar lo más pronto posible a destino.
Dicen los expertos en aeronáutica que dentro de poco se podrá viajar más rápido de lo que lo hacen los aviones actuales. La NASA está desarrollando un nuevo motor para los aviones; el estatorreactor de combustión supersónica, más conocido con el nombre de “Scramjet”. Con este tipo de motores se espera que los aviones alcancen altísimas velocidades y les lleve más bien minutos, y no horas, llegar de un continente a otro.
Pero por muy veloces que lleguen a ser alguna vez los aviones, o por muy rápido que viajen la luz o el sonido, los ángeles de Dios son mucho más rápidos. Ellos son capaces de volar desde el cielo a la Tierra en cuestión de segundos, o de milésimas de segundo. ¿Por qué? Porque nuestras oraciones son oídas por Dios en tiempo real, y él inmediatamente puede dar la orden de que un ángel venga a socorrernos o a acompañarnos.
Nuestro Dios es rápido para responder a sus hijos. Cuando lo necesitas, él envía en tu auxilio a un ángel, como si viajara en un estatorreactor de combustión supersónica. Y el ángel no va de un país a otro, sino de una galaxia a otra, del cielo a la Tierra. Pero para Dios no hay distancias ni demoras, cuando se trata de tu salvación.