«Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne» (Ezequiel 1 1:19).
si hubo un día histórico ese, sin duda, fue el 3 de diciembre de 1967. Es un día para celebrar la vida. En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el equipo del cirujano Christiaan Barnard realizó el primer trasplante de corazón humano.
En esa jornada ingresó, en el hospital Groote-Schuur, una paciente de 25 años, llamada Dense Darvall, quien moriría por las heridas en su cabeza provocadas por un accidente de tránsito. El corazón de esta joven era la última esperanza de vida para Louis Washkansky, diabético —y optimista— hombre corpulento de 54 años, que ya había sufrido tres ataques cardíacos y le quedaban pocas semanas de vida.
La cirugía fue llevada a cabo por veinte cirujanos a las órdenes de Barnard, y duró nueve horas. Al día siguiente, tanto el médico como el paciente se hicieron famosos. Lamentablemente, 18 días después de recibir el nuevo corazón, Washkansky falleció por una neumonía.
No obstante, la operación había sido un éxito, y desde entonces este tipo de trasplantes ha salvado miles de vidas.
En cierta medida, somos como Louis Washkansky. Nuestro corazón está cargado de pecado y de maldad. En nuestra mente, residen pensamientos pecaminosos y nada elevadores. Es que el pecado afecta, destruye, mata. La situación es complicada. Hasta que aparece un otro ‘Christiaan», es decir, Cristo, quien nos salva de todo pecado por medio de su muerte. Él es el Médico de los médicos, el cirujano de los cirujanos. Puede reparar, arreglar y sanar tu corazón; es más, anhela hacerlo.
La «cirugía» no es fácil. Hay que eliminar el orgullo, el egoísmo y la complacencia propia. Es una lucha constante. Sin embargo, vale la pena. A diferencia de Christiaan, a Cristo nunca se le ha muerto ningún paciente, espiritualmente hablando.
Hoy puede ser un día histórico, si oras con fe, esperas con fe, y pides a Dios que cambie tu corazón, tus pensamientos y tus maquinaciones.
«Cuando el alma se entrega a Cristo, un nuevo poder se posesiona del nuevo corazón. Se realiza un cambio que ningún hombre puede realizar por su cuenta. […] Un alma así guardada en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable a los asaltos de Satanás (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 294). PA