«Pero lo has hecho tú, un hombre como yo, mi compañero, mi mejor amigo» (Salmo 55: 13, NVI).
Los cumpleaños se han hecho más significativos para mí con el paso del tiempo. Mi último cumpleaños prometía no ser diferente. Recibí una tarjeta online de mi muy ocupada hermana. También había una tarjeta de mi vecina, junto con un pañuelo de colores con un pasador haciendo juego. «Qué especial será mi 51 cumpleaños», pensé mientras me probaba mi regalo frente al espejo. Algunos amigos nos habían invitado a mi esposo y a mí a cenar el sábado posterior a mi cumpleaños y lo esperaba con gozo.
La mañana de mi cumpleaños, la recepcionista del trabajo me saludó con una tarjeta de parte de todos y una botella de jugo de uva. Mis dos buzones de voz tenían un mensaje cantado. Facebook me cantaba congratulaciones; especialmente mi hija. Toda esa emoción me recordaba lo hermoso que es amar y ser amada. Sin embargo, había una persona de la cual deseaba especialmente escuchar felicitaciones antes de que se alargaran las sombras del día: mi esposo desde hacía veintiún años. iEstaba esperanzada!
Para la puesta de sol, que no es tan tarde en los meses de invierno en Maine, Estados Unidos, no había oído nada. Tampoco había hablado con mi madre. Aunque era el primer cumpleaños en mi vida del que mi madre se había olvidado, no me molestaba tanto como el olvido de mi esposo. Comencé a llamarlo por teléfono incesantemente, hasta que por fin atendió. Enojada, declaré: «Hubiera pensado que al menos ibas a llamar para ver cómo estaba yendo mi día. ¿Te olvidaste de que era mi cumpleaños?».
Mi esposo respondió pidiendo disculpas. Había estado trabajando, había mirado el juego de básquet de nuestros hijos y no había tenido la intención de no decir nada sobre mi cumpleaños. Aunque lo he perdonado, siempre habrá una herida en mi corazón. Así fue como experimenté lo que David expresa en el Salmo 55, cuan do sus esperanzas se vieron truncadas por alguien cercano a él: «Pero lo has hecho tú, un hombre como yo, mi compañero, mi mejor amigo, a quien me unía una bella amistad, con quien convivía en la casa de Dios» (vers. 13, 14, NVI). Como una mujer que cree que todas las cosas nos ayudan para bien (ver Rom. 8: 28), esta experiencia de cumpleaños me recuerda que aunque es importante hacer saber a las personas cuáles son nuestras expectativas, es igual de importante no decepcionarlas.