Estábamos en primer grado; ansiosos por aprender a leer, escribir, memorizar versículos bíblicos y jugar. Para ese entonces, ya había memorizado el Padrenuestro, el Salmo del Pastor y la Promesa del Señor. Un día, la maestra nos pidió que, uno por uno, nos pusiéramos de pie frente a la clase y dijéramos de memoria nuestro versículo bíblico preferido. Quien lo hiciera perfectamente ganaría un cuaderno nuevo. Ese premio era de gran valor para los niños, y por ende, para los padres. La Segunda Guerra Mundial todavía no había terminado; los padres no hablaban a sus hijos sobre sus dificultades durante la guerra. Pero en nuestra escuela de un solo cuarto, el papel que usábamos eran hojas de banano; nuestro lápiz era un palito de bambú afilado. Si presionabas la hoja con demasiada fuerza al escribir, se rompía; si no presionabas lo suficiente, las marcas no se veían. Puedes entender ahora que recibir un cuaderno era un premio codiciado.
De los niños, solo mi primo Arile y yo estábamos listos para recitar de memoria frente a la clase. Yo me paré primero: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14: 2, RV60). Me incliné y me senté. Arile me sonrió, antes de levantarse para decir su versículo: «Oren sin cesar». Se inclinó y se sentó. Yo dije: «¿Eso es todo?». La maestra le dio el cuaderno. Bajé la cabeza para esconder mi vergüenza y mis lágrimas de tristeza. La maestra se me acercó y susurró: «Rose, te olvidaste la parte que dice: «Y si me voy y se lo preparo…». Yo asentí; me había olvidado de decir esa parte. «No es justo. El versículo de Arile era de solo tres palabras», pensé.
Esa noche, lo busqué en la Biblia, y sí, es un versículo perfectamente completo. Arile y yo continuamos siendo amigos; pero cada vez que nos vemos y él me dice «Oren sin cesar», siempre quiero llorar. Su madre me aconsejó no demostrarle que me siento mal. «Trátalo como un recordatorio de orar sin cesar». Y tampoco quiero olvidar la Promesa del Señor: «Voy, pues, a preparar lugar para vosotros». ¡Ese es el verdadero premio!