«Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resístanle, firmes en la fe” (1 Pedro 5:8, 9).
Cuando escuché por primera vez aquel gemido, estábamos durmiendo en un cobertizo abierto en medio del bosque. Parecía como una mujer o un niño llorando, por eso supe exactamente lo que era: un león de montaña, un cazador de hombres que estaba en algún lugar cercano. ¿Sabría de nuestra presencia? ¿Estaría caminando en círculos para observarnos?
Los leones de montaña se acercan bastante al tipo de cosas que me dan miedo, porque son cazadores muy astutos. Una vez hice un estudio sobre ellos para tratar de hacer frente a mis temores, pero acabé teniéndoles más miedo que antes. Aprendí que te acechan durante kilómetros antes de atacar. Están atentos a cualquier signo de debilidad y te atacan por ahí. Por ejemplo, si una persona cojea, van a lanzarse justo a esa pierna. Si son niños, asaltan al más pequeño primero. Están predispuestos a atacar a las personas que van solas. En todas las historias de ataques que he leído, la mayoría de las personas no tenían ni ¡dea de que había un león de montaña rondando a su alrededor. Una mujer estaba sentada junto a un arroyo cuando de repente unos colmillos gigantes la forzaron a mantener la cabeza bajo el agua para ahogarla. Como puedes ver, los leones de montaña son malos y me asuntan a más no poder.
Con muy buena razón, el apóstol Pedro compara al diablo con un león. Pedro dice que el diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar. Eso lo entiendo muy bien. Tal y como acabo de describir a los leones de montaña, así actúa el diablo: nos estudia cuidadosamente y nos ataca por el lado más débil, cuando menos lo esperamos. Tiene más poder sobre nosotros cuando estamos solos, sin el apoyo de los demás. ¡Nuestro enemigo es exactamente como esos malvados leones de montaña!
¿Se te ha ocurrido pensar que el diablo te está acechando en estos momentos para atacarte? ¿Te das cuenta de que al enemigo le gustaría tener tu corazón y tu alma? No lo tomes a la ligera. Hay una verdadera lucha en el universo, y el campo de batalla es tu vida.
Así que, no pierdas el tiempo en su territorio y no permitas que te haga su presa. Resístelo, atérrate a Jesús y deja en claro a quién perteneces.