«El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos renegarán de la fe. [… ] Harán caso a gente hipócrita y mentirosa, cuya conciencia está marcada con el hierro de sus malas acciones» (1 Timoteo 4: 1-2).
DURANTE AÑOS, yo tenía una mala costumbre a la hora de limpiar los baños de mi casa. Ponía en un pequeño recipiente un poco de detergente en polvo, de esos que se compran en los supermercados, normales y corrientes. Pero lo disolvía con cloro, un blanqueador muy potente. Lo hacía así porque yo creía que sería más potente esa mezcla para quitar la grasa, la suciedad y desinfectar. Yo estaba convencida de que estaba haciendo lo correcto, lo mejor para el baño, y para mí, y para todos. Pero en el fondo me extrañaba que aquella mezcla que dejaba el baño tan reluciente, a mí me hacía sentir que me asfixiaba. Me pasaba el rato estornudando mientras limpiaba. Como que mi cuerpo rechazaba aquel olor o aquellos gases que desprendía la mezcla.
Un día, mi esposo, conversando con un ingeniero químico conocido nuestro, le comentó lo que yo utilizaba para limpiar los baños, y el químico se llevó las manos a la cabeza. Resulta que los dos productos que yo estaba mezclando no debían mezclarse, porque la inhalación de ellos podía ocasionarme incluso la muerte. ¿Te lo puedes creer? Cuando mi esposo me lo contó, me quedé de piedra. Ahora te pregunto: ¿qué crees que hice? ¿Crees que seguí haciendo aquella mezcla para limpiar los baños o que dejé inmediatamente de utilizarla? ¿Qué habrías hecho tú?
Estas experiencias nos enseñan que, a veces, hacemos las cosas de una determinada manera porque creemos que es la correcta. Comemos ciertos alimentos, nos vestimos de cierto modo, nos comportamos como creemos que está bien, hablamos de cierta forma, y no pensamos que lo estamos haciendo mal. Al contrario, creemos que lo estamos haciendo bien, y por eso lo seguimos haciendo. Pero ahora te pregunto: Si de pronto descubres que estabas equivocado, ¿qué harás? ¿No deberías cambiar? Yo creo que sí.
Haz solo lo que estés seguro que es bueno, porque Jesús lo aprueba. Si tienes dudas, pregunta a tus papis, o al pastor, o a un maestro o adulto en quien confíes. Pídele que te enseñe qué dice la Biblia al respecto.