En Romanos 9:25, Pablo cita Oseas 2:23; y en Romanos 9:26, cita Oseas 1:10.
El contexto es que Dios instruyó a Oseas para que tomara “una mujer fornicaria”
(Ose. 1:2) como una ilustración de la relación de Dios con Israel, porque la nación
había ido tras dioses extraños. Los hijos nacidos de este matrimonio recibieron
nombres que representaban el rechazo de Dios y el castigo del Israel idólatra. Al
tercer hijo lo llamaron Loammi (Ose. 1:9), que literalmente significa “no mi pueblo”.
Sin embargo, en medio de todo esto, Oseas predijo que llegaría el día en que,
después de castigar a su pueblo, Dios restauraría su prosperidad, quitaría sus falsos
dioses y haría un pacto con él. (Ver Ose. 2:11-19.) En ese momento, los que eran
Loammi, “no mi pueblo”, llegarían a ser Ammi, “mi pueblo”.
En los días de Pablo, los Ammi eran “nosotros, no solo […] los judíos, sino
también […] los gentiles” (Rom. 9:24). Qué presentación clara y poderosa del
evangelio, un evangelio que desde el principio fue para todo el mundo. No es de
extrañar que, como adventistas, tomemos parte de nuestro llamado de Apocalipsis
14:6: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno
para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Hoy, como en la época de Pablo y como en los días del antiguo Israel, las buenas
nuevas de la salvación se difundirán por todo el mundo.
Lee Romanos 9:25 al 29. Observa cuántas veces Pablo cita el Antiguo Testamento para expresar su opinión acerca de las cosas que estaban sucediendo en su época. ¿Cuál es el mensaje básico que se encuentra en este pasaje? ¿Qué esperanza se les ofrece allí a los lectores? ____________________________________________________________________
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El hecho de que algunos de los compatriotas de Pablo rechazaran el llamado
del evangelio le causaba “gran tristeza y continuo dolor” en su corazón (Rom. 9:2).
Pero, al menos había un remanente. Las promesas de Dios no fallan; aunque los
seres humanos, sí. La esperanza que podemos tener es que, al final, las promesas
de Dios se cumplen, y si reclamamos esas promesas también se cumplirán en
nosotros.
¿Con qué frecuencia te fallan las personas? ¿Cuán a menudo te has fallado a ti mismo y a los demás? Probablemente más veces de las que puedas contar, ¿verdad? ¿Qué lecciones puedes aprender de estos fracasos con respecto a dónde debe estar tu mayor confianza?