Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado corno sabio y honorable» (Eclesiastés 10:1).
Ese 27 de noviembre de 1810, a las cinco en punto de la mañana, llegó un deshollinador para limpiar las chimeneas del NO 54 de la Calle Berners, hogar de la Srta. Tottenham. La sirvienta que acudió a la puerta le informó que no se habían requerido sus servicios. Confundido, se retiró. Unos momentos después, otro deshollinador se presentaba en la puerta, luego otro y otro, ¡hasta un total de doce!
Después de que se fuera el último de los deshollinadores, llegó una flota de carros que transportaba grandes cantidades de carbón. Luego, acudió una serie de pasteleros que portaban tortas de boda; seguida de doctores, abogados, vicarios y sacerdotes, que habían sido convocados para dar la extremaunción a alguien que supuestamente estaba muriendo.
Pescaderos, zapateros y una docena de pianos fueron lo siguiente en aparecer. Las visitas más curiosas fueron las de diversos dignatarios, incluyendo al gobernador del Banco de Inglaterra, el Duque de York, el Arzobispo de Canterbury y el Lord Mayor de Londres. Las estrechas calles pronto se congestionaron con descontentos comerciantes y curiosos. Entregas y visitas continuaron hasta entrada la noche, llevando una gran parte de Londres a su paralización.
Todas las personas que acudieron habían recibido cartas supuestamente escritas por la Srta. Tottenham, en las cuales solicitaba esos servicios o la presencia. Pero, al llegar a la casa, descubrían que no había sido ella quien las había escrito. ¿Qué sucedió realmente? Theodore Hook había apostado con su amigo Samuel Beazley a que podía transformar cualquier casa de Londres en la dirección más comentada durante una semana, Para conseguir su objetivo, había enviado cuatro mil cartas haciéndose pasar por la Srta. Tottenham, en las que requería entregas, visitantes y ayudas.
A veces, pareciera que Satanás utiliza esta misma estrategia para distraernos de nuestros objetivos y propósitos prioritarios. Envía un sinfín de pequeñas distrae ciones, problemas insignificantes, actividades «divertidas», para que no nos quede tiempo para lo esencial.
Esto se aplica particularmente a nuestra comunión diaria con Dios. Si no hacemos el esfuerzo de dedicar las primeras horas de la mañana a leer la Palabra de Dios y a orar, pronto aparecerán toda una serie de distractores: correos electrónicos, un programa radial o televisivo, las redes sociales, el cuidado de los niños del hogar, tareas atrasada%
Hoy, toma la firme determinación de priorizar a Dios y tu comunión con él y con tus seres queridos, y dejar que las distracciones se ocupen de sí mismas. MB