«El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos» (Proverbios 17: 22).
Era una hermosa mañana de sábado; podía sentir la fuerza en mis piernas, impulsadas por la calidez del sol, el cielo azul, el aire fresco y la paz que me rodeaba. Mi corazón alababa a Dios por sus bendiciones. Estaba de pie, ante la congregación, dirigiendo el servicio de alabanza. Estábamos cantando hermosos himnos, canciones de esperanza y alegría para elevar nuestros pensamientos más allá de las preocupaciones de esta vida. Pero al mirar los rostros de los congregados me di cuenta de que no tenían la misma perspectiva feliz que yo. Estaban cantando, pero se veían tristes y vacíos, como si nadie se preocupara por ellos, como si nadie los amara ni entendiera su desdicha.
Me detuve a mitad del canto y compartí con ellos lo que acababa de observar. Les recordé que el gozo del Señor es nuestra fuerza, así que debíamos dejar nuestras cargas a los pies de Jesús y saborear las bendiciones del sábado, cantando con agradecimiento en nuestros corazones.
Luego del servicio, seguí reflexionando sobre la falta de gozo que muchos experimentamos. Cierta vez, leí un artículo según el cual los bebés ríen aproximadamente cuatrocientas veces al día, mientras que los adultos ríen, en promedio, quince veces al día. No ha de extrañarnos que Jesús dijera que a menos que nos parezcamos a niños pequeños no podremos entrar en el reino de los cielos. «Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. […] El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría» (Sal. 126: 2-3, NVI).
No hace mucho, luego de una grave enfermedad, estaba sentada en una silla de ruedas en el aeropuerto esperando mi turno para que me transportaran al avión. Era la primera vez que usaba ese modo de «transporte». De repente, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas al darme cuenta de cuánta movilidad había perdido. Me sentía frustrada por tener que depender de otra persona. ¿Alguna vez recuperaría toda mi movilidad? Esta era una cruz más de las muchas cruces que ya estaba llevando, Pero allí mismo, Dios me habló: «Sonia, mi gracia es suficiente para ti; sé agradecida por la silla de ruedas». Enjugué mis lágrimas y agradecí a Dios por sus bendiciones. Desde entonces animo a otros a ser más gozosos en el Señor, sean cuales sean sus circunstancias. iSí, todavía necesito una silla de ruedas cuando viajo; alabado sea Dios! ¿Por qué estás agradecida hoy?