«Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida». Salmo 42: 1-2, JVVI
MUCHOS JÓVENES SE DERRUMBAN ante el más mínimo contratiemPO, y no tienen la fortaleza de perseverar. No crecen en la gracia. Su corazón carnal necesita ser transformado. Tienen que ser capaces de ver belleza en la santidad; entonces la anhelarán «como el ciervo brama por las corrientes de las aguas» (Sal. Si sus pasos están dirigidos por el Señor, queridos jóvenes, no tienen que esperar que su camino esté siempre libre de tropiezos y dificultades. La senda que conduce hacia la eternidad no es la más cómoda de recorrer, y algunas veces parecerá oscura y escabrosa. Tengan, sin embargo, la seguridad de que los brazos eternos de Dios los rodean para protegerlos del pecado.
El Señor desea que ejerzan una fe sin fisuras en él, y que aprendan a confiar en él tanto en las sombras como en la luz. En sus esfuerzos por alcanzar el nido, el águila es abatida con frecuencia por los vientos y las tormentas en los estrechos desfiladeros de las montañas. Las nubes, en masas negras y encolerizadas, se deslizan entre el ave y las soleadas cumbres en que ha fijado su nido. Por un instante parece perpleja y zigzaguea de acá para allá, batiendo sus poderosas alas como si quisiera dispersar los densos nubarrones.
Despierta los ecos de la montaña con sus gritos salvajes en sus vanos esfuerzos para encontrar un camino para salir de su prisión. Por último se lanza hacia arriba, en medio de la oscuridad, Y emite un agudo rugido de triunfo, y un momento después surge en las alturas a la serena luz del sol, La oscuridad y la tempestad LUCHAR
quedaron por debajo de ella, y la luz del cielo brilla a su alrededor. Alcanza su amado hogar en la altísima roca, y queda satisfecha. Pasando por en medio de la oscuridad, el águila alcanzó la luz. Le costÓ tremendo esfuerzo lograrlo, pero su recompensa consiste en alcanzar el objetivo que anhelaba. Este es el camino a seguir como discípulos de Cristo: Nuestra posibilidad de ejercer esa fe viva que penetrará los más espesos nubarrones, que a modo de grueso muro nos separan de la luz celestial. Tenemos cimas de fe que alcanzar, para alcanzar esas alturas donde todo es paz, pues allí el «alma toma contentamiento» por el Espíritu (Isa. 42: 1, RVA) .—The Youth’s Instructor, 12 de mayo de 1898.