Cuando «el hombre del sexo», como lo llamamos, vino a nuestra escuela con sus diapositivas y presentaciones, trató de vendernos la idea de que no podemos controlar nuestros pensamientos. Yo no le creí hasta que cantó tres veces una canción y luego nos dijo que no la cantáramos ni pensáramos en ella el resto del día. ¡Fue imposible! No pude sacármela de la cabeza en toda la semana, por más que lo intentara. Todos los alumnos de la escuela estuvimos cantándola varios días.
Esto demuestra que todo lo que pongamos en nuestra mente permanecerá en ella bastante tiempo. «El hombre del sexo» estaba tratando de llamar nuestra atención sobre este hecho. Básicamente nos dijo que lo que introducimos en la mente —ya sean imágenes que vemos en las películas o en Internet, o cualquier otra cosa a la que le demos cabida por un período prolongado de tiempo— no lo olvidamos fácilmente. Por ejemplo, cuando discutimos con alguien, luego repasamos en nuestra mente lo sucedido una y otra vez, lo cual hace que nos dure más tiempo el enojo. 0 cuando estás enamorado; una vez comienzas a pensar en esa persona, no puedes dejar de hacerlo. El hombre estaba en lo correcto: lo que permites entrar en tu mente, se queda en tu mente.
Por suerte para nosotros, este principio se aplica también a las cosas buenas. En lo que concierne a nuestra relación con Dios, cuanto más tiempo pasemos con él, más tiempo pensaremos en él. Yo acostumbraba a leer el versículo de hoy «Oren en todo momento» y llegué a pensar que eso era imposible. «¿Es posible que alguien pueda permanecer orando todo el día?», me preguntaba yo. Tenemos que comer, hablar y pensar en otras cosas también, ¿no? Pero al seguir reflexionando sobre este ideal de Pablo, llegué a la conclusión de que estaba hablando de una actitud mental. Es posible tener nuestra mente fija en Dios todo el día. A pesar de que pasemos tiempo haciendo otras cosas, nuestra mente regresará a pensar en Dios, así como sucede cuando una canción se nos mete en la cabeza. Si pasas tiempo con Dios, tus pensamientos regresarán a él con frecuencia. Así es posible pasar el día conversando con él.
Haz el propósito de pasar tiempo con Dios —en la mañana, en la tarde o en la noche, en el momento que elijas— y pronto verás que estás conversando con él constantemente. Orando en todo momento.