«Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán» (Isaías 43: 2).
Mi esposo y yo todavía estábamos en la universidad. Cuando llegaban las vacaciones, vendíamos libros para pagar nuestros estudios. Esta vez íbamos a ir a Palmas, Tocantins, a 1,800 kilómetros de nuestro hogar en San Paulo. Nos acompañaban unos amigos, y esperábamos tener una temporada de ventas exitosa. La propuesta parecía buena, así que invertimos lo que teníamos en revisar nuestro viejo Manza modelo 86, antes de salir.
Nos tomó dos días de viaje llegar hasta nuestro campo de ventas. Entonces comenzaron los problemas y las dificultades. Una enfermedad repentina dejó a mi esposo en cama siete días. Nuestras luchas se vieron suavizadas por ángeles que Dios envió en la forma de la familia Helfensten, que nos ofrecieron su hogar, sus recursos y sus oraciones.
Dos meses después, nos dirigimos de nuevo a casa, cansados y frustrados, y con deudas. Entre Tocantins y Goias, el tránsito se detuvo y noté que el agua inundaba la ruta. Fue entonces que descubrí un nuevo miedo que no sabía que tenía: iel miedo a las inundaciones! Las puertas del auto no estaban cerrando bien, y el fondo oxidado dejaría que el agua entrara. «Después de todo lo que pasamos en estos meses, ¿todavía hay más cosas que pueden salir mal?», pensé. Mi esposo detuvo el auto. Si avanzaba, el agua podía hacernos deslizar en cualquier dirección. Si permanecíamos allí, el agua podía crecer y podía empeorar nuestra situación. Yo traspiraba gotas de miedo. De repente, vi un auto nuevo, alto, sin una rueda porque había caído en un hueco. Una camioneta 4×4 pasó con dificultad, moviéndose para todos lados. El fracaso era seguro. Pero mi esposo dijo: «Oren, porque vamos a tratar de pasar». Yo oré: «iSeñor, por favor, protégenos!». Apenas había terminado mi oracion cuando mi esposo empezó a cruzar el río. Cruzamos sin ningun problema, mientras yo miraba por la ventanilla. Increíblemente, no entró ni una gota de agua al auto. Cuando revisamos, todo estaba seco.
Sentí que Dios estaba conmigo, no para darme lo que quería, sino para protegerme y decirme que él proveería los medios para sostenernos a mí y a mi familia. Y eso es lo que ha estado haciendo desde entonces. Si hoy estás desesperada, en problemas, y necesitas seguridad, confía, porque lo imposible es la especialidad de Dios. ¡Qué cosa tan maravillosa por la cual estar agradecida!