«Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos enJesús, el autory consumador de lafe». Hebreos 12: 1-2
MUCHOS JÓVENES SE QUEJAN de que no tienen capacidad suficiente para hacer algo realmente importante, y ambicionan talentos mediante los cuales poder realizar cosas maravillosas. Así que desperdician su tiempo en deseos vanos, fracasando en la vida. Están despreciando oportunidades que podrían emplear en hacer obras de amor en la senda de la vida que les ha tocado. […] iOjalá ustedes también conocieran lo que es para su bienestar, y dedicaran sus afectos, sus pensamientos, su tiempo y su servicio para Cristo!
Satanás está concentrando todas sus energías para ligar nuestra voluntad a la suya, para hacer de nosotros sus instrumentos y oponerse a los planes de Dios, no permitiendo que Cristo reine sobre nosotros.
Aunque sabemos que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16), Satanás procurará conducirnos lejos de Cristo, para que nos convirtamos en agentes suyos a fin de apartar a otros también, frustrando de ese modo el plan de Dios. El «es el padre de la mentira» (Juan 8: 44, DHH), y extiende una red de falsedades en la que nos ata a su servicio con cuerdas de engaño.
Cuanto más inteligentes y atractivos seamos, más arduamente trabajará Satanás para persuadirnos a poner nuestros talentos a sus pies, y a ayudarnos a cumplir sus propósitos de alistar a otros bajo su negro estandarte. Si él puede mantener seducida la mente, lo hará. Pablo pregunta: «¿Quién los fascinó para no obedecer a la verdad?» (Gál. 3: l, RVC). El enemigo de Dios es el gran embaucador, y él ha obrado para que Cristo sea rechazado del corazón, con el propósito de ocupar su lugar.
Hijos e hijas, libérense del embrujo del maligno. Diríjanse a Jesús en busca de auxilio y aférrense a la vida eterna.— The Youth’s Instructor, 2 de marzo de 1893.