“No se dejen engañar. Como alguien dijo: ‘Los malos compañeros echan a perder las buenas costumbres’” (1 Corintios 15:33).
Ir por ahí durante un mes con restos de crema de afeitar y sal de ajo en los zapatos es una buena razón para no asistir a más fiestas, o al menos para no ir a una fiesta en mi casa. Una de las cosas que más me gustaban en mi adolescencia era invitar a mis amigas a dormir a la casa. Nos quedábamos hasta altas horas de la madrugada viendo películas, comiendo comida chatarra, jugando a “verdad o consecuencia” y hablando de muchachos. Pero hubo una ocasión en que la cosa se puso fea. Había invitado a varias muchachas que no se llevaban bien entre ellas, creyendo que en mi casa se comportarían. Me equivoqué. A las tres de la madrugada, decidieron gastarse bromas pesadas. Las que se habían quedado dormidas se despertaron llenas de crema de afeitar o estornudando por la pimienta que les habían echado en la cara. Los sacos de dormir estaban empapados de soda y nuestros zapatos llenos de especias. Mientras mis amigas tendían emboscadas en silencio, yo me horrorizaba de que hubieran arruinado mi fiesta de cumpleaños. Pero cometí el error de quedarme a mirar y, a medida que se iban gastando más bromas, me fueron pareciendo un poco graciosas, luego bastante graciosas y al fin muy graciosas. Por la mañana, yo misma estaba pintando bigotes en la cara de las muchachas que aún dormían, echándoles especias en el pelo y llenándoles los zapatos de pegamento. ¡¡Me había convertido en una de ellas!!
Pablo tenía claro que nos vamos pareciendo a las personas con las que nos relacionamos. La antigua ciudad de Corinto era conocida tanto por su riqueza como por su maldad, y la nueva iglesia cristiana estaba intentando ser diferente. Muchos asuntos que Pablo trata en su Carta a los Corintios tienen que ver con la conducta cristiana. Cuando escribe acerca de ser cautelosos, dice que “los malos compañeros echan a perder las buenas costumbres”. De esta manera, les advertía que no se dejaran influenciar por la gente de la ciudad.
Nosotros nos creemos demasiado listos como para permitir que nuestros amigos nos cambien, pero los cambios son tan sutiles y graduales que no nos damos cuenta lo que está sucediendo hasta que, una mañana, nos levantamos siendo personas diferentes. Por eso, sé prudente a la hora de elegir con quién pasas la mayor parte de tu tiempo. Un día puedes descubrir que te has vuelto igual que ellos.