«Verán su rostro y su nombre estará en sus frentes».Apocalipsis 22: 4
LOS CRISTIANOS PODEMOS disfrutar desde ya la comunión con Cristo; podemos tener la luz de su amor, el permanente consuelo de su presencia. Cada paso de la vida puede acercarnos más al Señor Jesús, puede darnos una experiencia más profunda de su amor y aproximarnos cada vez más al bendito hogar de paz. [. . . ]
No podemos sino esperar nuevas incertidumbres en el conflicto venidero, pero podemos mirar hacia el pasado tanto como hacia el futuro, y decir: «Hasta aquí nos ayudó Jehová» (1 Sam. 7: 12). Y así «como tus días serán tus fuerzas» (Deut. 33: 25). La prueba no será mayor que la fuerza que se nos dé para soportarla. Sigamos, por lo tanto, con nuestra labor dondequiera que se nos presente, sabiendo que para cualquier cosa que ocurra, él nos dará fuerza proporcional a la prueba.
Y antes de mucho las puertas del cielo se abrirán para dar paso a los hijos de Dios. Y los labios del Rey de gloria pronunciarán la invitación que resonará en sus oídos, como la música más dulce: «Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo» (Mat. 25: 34, NVI).
Entonces los redimidos recibirán la bienvenida al hogar que el Señor Jesús les está preparando. Allí sus compañeros no serán los viles de la tierra, ni los mentirosos, idólatras, impuros e incrédulos, sino los que hayan vencido a Satanás y por la gracia divina hayan adquirido un carácter perfecto. Toda tendencia pecaminosa, toda imperfección que los aflige aquí, habrá sido eliminada por la sangre de Cristo, y se les comunicará la excelencia y la brillantez de su gloria, que excede con mucho a la del sol. Y la belleza moral, la perfección del carácter de Cristo, que ellos reflejan, superará incluso este esplendor exterior. Se hallan sin mancha delante del gran trono blanco, y comparten la dignidad y los privilegios de los ángeles.
En vista de la herencia gloriosa que puede ser nuestra, «¿qué se puede dar a cambio de la vida?» (Mat. 16: 26, NVI). Todo ser humano, aunque carezca de bienes materiales, sin embargo posee en sí mismo una riqueza y una dignidad que el mundo jamás podría otorgarle. El alma redimida y purificada del pecado, con todas sus más nobles facultades dedicadas al servicio de Dios, es de un valor incomparable. Por eso hay «gozo en el cielo» (Luc. 15: 7) delante de Dios y de los santos ángeles por cada alma rescatada, un gozo que se expresa con himnos de sacrosanto triunfo. — El camino a Cristo, cap.