«Estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese» (Filipenses 1: 6).
Muchas veces en la secundaria perdí el sueño por estar preocupada por alguna amiga. Pero de todas ellas, Laurel fue la que más me preocupó. Laurel hablaba muchas veces de quitarse la vida y yo temía que finalmente lo hiciera. Ella siempre tomaba malas decisiones y se preguntaba por qué todo le salía tan mal. Parecía tan intranquila y tan deprimida que a veces yo me echaba a temblar solamente con verla acercarse a mí. En ocasiones quería convencerme de que la llevara fuera de la universidad a algún lugar para que pudiera fumar un cigarrillo, o simplemente me contaba lo trágica que era su vida. Un día incluso hizo como que se estaba apuntando con una pistola en la boca y apretando el gatillo. Yo estaba alucinada.
Cuando terminamos la secundaria, Laurel continuó por el mismo camino autodestructivo que llevaba (a menudo seguimos los mismos caminos que comenzamos en la secundaria) y con el tiempo le perdí la pista. Hasta el pasado mes de abril, en que tuvimos una reunión para celebrar el décimo aniversario de nuestra graduación. Allí estaba ella: casada, embarazada, feliz y radiante, tomada del brazo de un esposo que parecía muy interesante. Nos lo presentó. Lo había conocido en una iglesia, precisamente en el lugar al que yo nunca pensé que ella iría. Había elegido a aquel hombre porque era cristiano. Al hablar con ella me di cuenta de que también se había hecho cristiana, que confiaba en Dios y andaba en sus caminos. ¡Quién lo hubiera imaginado! Es increíble cómo Dios puede cambiar una vida.
Lo que aprendí de la experiencia de Laurel es que Dios es persistente. Tal vez tú ves un montón de asuntos inconclusos en tu vida (de hecho, la mayoría de nosotros no somos aún la persona que queremos llegar a ser), pero Dios nos promete que concluirá la buena obra que ha comenzado en nosotros. La completará hasta que Jesús venga.
Como puedes ver, la vida cristiana no es un destino sino un trayecto, y ninguno de nosotros ha llegado al final. Mientras vivamos en esta tierra, Dios seguirá actuando en nosotros. Así que plántales cara a tus errores, pule tu carácter, no te avergüences de ti mismo ni del evangelio. Confía en Dios y, cuando cometas errores, ten la seguridad de que Jesús se encargará de ellos.