«Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes» (Mateo 7: 12).
SE DICE QUE HACE TIEMPO, en un pueblo muy lejano, había una casa abandonada. Cierto día, un perrito logró colarse bajo la puerta de la casa; subió las viejas escaleras de madera y, al llegar a la cima, tropezó con una puerta entreabierta. Movido por la curiosidad, entró en el cuarto. Para su sorpresa, vio que dentro había mil perritos más, observándolo a él tan fijamente como él los observaba a ellos. El perrito comenzó a mover la colita y a levantar sus orejitas, y los mil perritos hicieron lo mismo. Después sonrió y le ladró alegremente a uno; los demás también le sonrieron y le ladraron alegremente, aunque no se les oía el ladrido. Cuando salió del cuarto, aquel perrito iba pensando: «¡Qué lugar tan agradable! ¡Voy a venir más seguido!».
Tiempo después, otro perrito callejero llegó a la misma casa abandonada y entró al mismo cuarto pero, a diferencia del primero, al ver a los otros mil perritos se sintió amenazado porque lo estaban mirando de una manera agresiva. Empezó a gruñir y los mil perritos gruñeron también. Cuando salió del cuarto, pensó: «¡Qué lugar tan horrible! ¡Nunca más volveré aquí!». Al frente de la casa había un letrero que decía: «La casa de los mil espejos».
Como te habrás dado cuenta, los perritos de esta historia se estaban viendo a ellos mismos reflejados y, en función de lo que veían, respondían. Si veían alegría, respondían alegremente; si veían agresividad, respondían siendo agresivos. Así es como hacemos a veces las personas, esperamos que los demás den el primer paso y, dependiendo de lo que hagan, nosotros respondemos de la manera que creemos que «merecen». A veces no saludamos a alguien porque ese alguien no nos saludó a nosotros, pero ¿por qué no das tú el primer paso? Quizás te sorprendas al descubrir que esa persona no tiene nada contra ti, que si no te saluda es porque es tímida, o porque está en su mundo, pensando en sus cosas. Si tú tomas la iniciativa en ser amable, saludar y sonreír, verás cómo recibes la misma respuesta de los demás. ¿Por qué no haces hoy la prueba? Comienza por sonreírles a tus padres durante el desayuno y verás qué sorpresa te llevas.