«Corra el juicio como las aguas y la justicia como arroyo impetuoso» (Amós 5: 24).
Las circunstancias que pusieron a Kennedy ante una decisión que sentó precedentes, fueron creadas por el entonces gobernador de Alabama, George Wallace, que se veía a sí mismo como conservador de una larga tradición de segregación racial. El Sr. Wallace había llegado a creer que su posición sobre la segregación era una cuestión de conciencia. Estaba dispuesto a resistirse a una ley de 1954 que declaraba que la segregación era anticonstitucional, e incluso a resistirse al presidente de los Estados Unidos, por una forma de vida que había beneficiado a un grupo a costa de otro. La definición de «estadounidense» de Kennedy era algo que el Sr. Wallace no podía aceptar, aunque la justicia y la misericordia, la rectitud y la gracia lo demandaran.
Hace poco, al mirar el documental de Robert Drew sobre la confrontación entre Kennedy y Wallace, caí en la cuenta de que el presidente tuvo que usar la fuerza para poner en práctica una ley justa. No importaba que un individuo, o incluso un grupo de individuos, sintieran que era justo o correcto; la nación, a través del Tribunal Supremo, ya había tomado una decisión: la segregación estaba en contra del espíritu y la verdad de la Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta Enmiendas en contra de la esclavitud. Al gobernador de Alabama le era fácil «decir» que su lucha por la segregación era un asunto de moral; de hecho, lo opuesto era cierto. La verdad está sobre la costumbre, a la hora de determinar qué es un asunto de conciencia.
Esto es lo que Dios estaba diciendo a su pueblo a través de Amós: analiza tu conciencia, para ver si has sido justo conmigo y con tus hermanos. Ustedes, que «convierten el derecho en amargura y echan por tierra la justicia» (5: 7, NVI), busquen al Señor y busquen la vida. Dios no usó la fuerza para hacer entrar en razón a su pueblo, sino que apeló a su sentido de justicia y misericordia. La dura evaluación y condenación de Dios a su pueblo no estaba basada sobre fallas en Observar ritos y rituales, sino sobre sus fallas morales para con él y entre ellos: «Detestan al que dice la verdad» (vers. IO, N VI), El llamado de Dios a la verdad era un llamado a analizar el propio corazón, a buscar las raíces de la injusticia, no tanto en la sociedad, como en el propio corazón,