« Vale más obedecerlo y prestarle atención que ofrecerle sacrificios» (1 Samuel 15: 22).
CUANDO LLEVABA dos meses casada con mi esposo, nos llegó a la casa una tarjeta de invitación a una reunión nacional de pastores. Aquello era un acontecimiento muy importante para nosotros, aunque no sabíamos bien cómo sería. Yo solo quería que la gente tuviera buena opinión de nosotros como nueva familia pastoral.
Una mañana, mientras desayunábamos, me di cuenta de que mi esposo tenía unas cuantas canas. No le dije nada a él, pero dos días después le compré un tinte para el cabello. Esa noche, mientras hacíamos las maletas para el viaje, le dije: «Mi amor, quiero aplicarte un tratamiento para darle brillo a tu cabello, te va a gustar». En realidad, no le dije lo que era. Y él tampoco me prestó mucha atención. Le puse la extraña mezcla y él siguió concentrado en sus cosas. Antes de irnos a la cama le lavé la cabeza, y punto, no pensé más en el asunto ni se me ocurrió revisar cómo había quedado.
A la mañana siguiente madrugamos muchísimo, por eso no me di cuenta de nada. Pero cuando llegamos al hotel, ¡qué sorpresa más desagradable! Nos encontramos con varios pastores y sus familias, y nadie podía dejar de mirar el cabello de mi esposo.
—Jonathan, ¿qué te has hecho? —le preguntaban.
—Jonathan, qué rubio estás —le decían, y se reían.
Cuando me detuve a observar qué pasaba, casi me caigo: ¡el tinte café había resultado un amarillo chillón! Mi esposo parecía extranjero; qué digo extranjero, parecía un ser de otra galaxia. Estaba rubio como el sol. Bonito el color, pero raro, raro, de verdad.
—Mi amor, olvídalo —le dije. Y continuamos con el evento.
Pobrecito mi esposo, qué pena le hice pasar. Se sintió incómodo todo el tiempo y yo aprendí una lección muy importante: siempre hay que revisar las cosas que se hacen con prisas. Cuando hagas las tareas, o las cosas que son tu responsabilidad, no las des por concluidas sin antes revisar que están bien. Supongo que no quieres pasar una vergüenza tan grande como la que pasé yo. Bueno, mejor dicho, como la que pasó mi esposo (por culpa mía).