«Renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios. Por el contrario, manifestando la verdad, nos recomendamos, delante de Dios, a toda conciencia humana» (2 Corintios 4:2).
Apenas vi que llegó el correo electrónico, aun sin abrirlo, supe que era una estafa. Pero mirar el nombre del estafador me hizo reír. De hecho, pensé que era tan gracioso que lo dejé varios días en mi bandeja de entrada, porque me hacía sonreír.
Era una de esas estafas que probablemente tú también hayas recibido: alguien tenía mucho dinero en un banco y murió. El autor del correo dice: «Tengo la oportunidad de hacerte el beneficiario de sus fondos en nuestro banco. Tengo todos los detalles y la información requerida». ¿Y el nombre del estafador? Raquel Buenasuerte.
«Buena suerte». Por supuesto, mucho mejor que Raquel MalaSuerte, o Raquel TeEngaño. ¿Alguien realmente se vería atraído a contactar a una persona de apellido BuenaSuerte? Pero me puse a pensar en Raquel. Hay un personaje bíblico con el mismo nombre: Raquel.
Raquel era parte de una familia de engañadores: el nombre de su esposo, Jacob, incluso significaba «él engaña». Y él realmente engañó a su padre, e incluso a su hermano Esaú. Y el padre de Raquel, Labán, engañó a Jacob sustituyendo a Lea por Raquel; e incluso trató de robarle sus ganancias (ver Gén. 31:7). Raquel misma engañó a su padre al robar los ídolos de la casa de su padre, y sentándose sobre ellos mientras mentía sobre la razón por la cual no podía pararse (vers. 35). Era una familia en la que no se podía confiar; una con la cual no querrías hacer negocios.
Así que, una persona llamada Raquel BuenaSuerte quería que confiara en ella y le proporcionara mi información personal y acceso a mi dinero. iOjalá todos los engaños fueran tan evidentes! Lo cierto es que el diablo tiene cientos de maneras de engañarnos, y muchas parecen tan atractivas, tan inocentes, tan llenas de potencial para obtener riquezas o felicidad… incluso buena suerte. A veces, nosotras mismas no somos sinceras sobre nuestro caminar cristiano. Hoy sería un buen día para tomar el versículo como un pacto, y unirnos a Job al prometer: «Mis labios no hablarán iniquidad ni mi lengua pronunciará mentira» (Job 27:4).