«Con su poder gobierna eternamente» (Salmo 66: 7, NVI).
Dios sigue haciendo milagros hoy. La diferencia es que no dedicamos tiempo a pensar en todas las cosas que damos por sentadas que Dios hace por nosotras, por medio de su poder. Estar viva después de setenta años, tener una mente activa, poder caminar, manejar un auto, tener buena visión… todos son milagros. Un bebé que nace sin defectos es un milagro. Pero el milagro más hermoso de todos es cuando un pecador se arrepiente.
La Biblia nos instruye a que pensemos en el poder de Dios, en su amor y protección día y noche, y que siempre lo alabemos. Cuando los poderes de las tinieblas arremeten contra nosotras, Dios toma el control, especialmente cuando reconocemos su poder y le entregamos el control de nuestras vidas. El siguiente incidente es un buen ejemplo del control y el poder de Dios.
Mi hermano nos había llevado a mí y a mis dos hermanas en su camioneta hasta Cedar Lake Academy, un colegio secundario cristiano con internado, para asistir a la graduación de octavo grado de nuestra sobrina. Una de mis sobrinas me había dado un hermoso paraguas multicolor, que yo llevé conmigo. Cuando nos preparamos para irnos de la recepción, después de la graduación, me aseguré de que mi paraguas estuviera colgado de mi brazo. Mi cartera colgaba sobre el paraguas, para asegurarme de no perderlo. Lo que sucedió después es increíble.
Ayudé a mi sobrina a cargar algunas cosas que se estaba llevando a su casa en la camioneta de sus padres, todo el tiempo asegurándome de tener el paraguas en mi brazo. Cuando me alejé de la camioneta de mi sobrina, yendo hacia la camioneta de mi hermano, descubrí que el paraguas había desaparecido. Mi primer pensamiento fue que se había caído al piso, pero no lo pudimos encontrar por ninguna parte.
Al volver a casa, pensé seriamente en lo que había sucedido, y oré: «Señor, sé que tú eres todopoderoso; si es tu voluntad, por favor, haz que el paraguas aparezca. Oro en el nombre de Jesús». Dos semanas después, mi hermano estaba limpiando su camioneta y allí, debajo del asiento, estaba mi paraguas. No me imagino qué fue lo que realmente sucedió; lo que sé, con seguridad, es que Dios respondió mi oración.
¡Servimos a un Dios omnisapiente y poderoso! Él merece nuestra adoración ¡siempre!