«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mateo 11: 28-30).
Ya era de tardecita. Antes de acostarme, hice algo que nunca debería haber hecho: revisé mi correo electrónico. Uno de ellos me hizo hervir la sangre, aceleró los latidos de mi corazón y me molestó mucho. Sí, como consecuencia del aluvión de pensamientos negativos que asaltaron mi mente, no me podía dormir. Después de más de una hora dando vueltas en la cama, dije al Señor que necesitaba descansar, ya que me esperaba un día muy cargado de actividades.
Entonces tomé aceite de lavanda, un bálsamo que induce el sueño, y me arrodillé. Decidida, me concentré en Dios, y él puso varios pensamientos en mi mente hiperactiva: «¿Por qué estás tan nerviosa? ¿No confías en mí lo suficiente? ¿No crees que hasta el corazón del rey está en mis manos y que puedo hacerlo ir por donde yo quiera» (ver Prov. 21: l)? ¿No estás convencida de que tengo el control perfecto de todo el universo?».
Dios me susurró Mateo ll: 28-30: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (NVI).
Al entrar estas tranquilizadoras palabras en mi alma, decidí escuchar y creer, y gradualmente mi cuerpo se relajó. A los pocos minutos, nuestro amante Padre celestial me había hecho caer en un sueño profundo. Me desperté renovada, lista para enfrentar un nuevo día, y Dios volvió a recordarme las lecciones que había aprendido la noche anterior. Pedí perdón por no haber confiado completamente en él. Me di cuenta de que lo que había hecho estaba mal. Apenas aquel correo electrónico había comenzado a ponerme nerviosa, lo primero que debí haber hecho era orar, incluso agradecer a Dios por sus bendiciones; en lugar de dar rienda suelta a mis pensamientos.
Tomé la decisión de nunca volver a revisar mis correos electrónicos antes de dormir, Una mejor opción es acudir a la Palabra de Dios, que nunca falla en dar descanso y paz a cualquier alma. Sospecho que hacer esto te ayudará a ti también a dormir mejor.